—¿No tengo que pagar?
Mariel, quien volvió a ir al banco en sus vacaciones, escuchó una noticia bastante impactante. No importa cuántas veces le pregunté, me dio la misma respuesta.
—Tal vez fue la esposa del Vizconde...
Sentía pena por Mariel, por sus deudas. Sin embargo, la cantidad era demasiado grande para que la haya pagado ya que la situación financiera del Vizconde no era muy buena.
Mariel negó ante el nombre que le vino a la mente.
—Le preguntaré cuando lo vea.
—Por esto y aquello, estoy en deuda.
Mariel suspiró levemente y salió del banco. Eran sus vacaciones, pero no tenía ningún lugar a donde ir, así que caminar por la ciudad y mirar alrededor era todo lo que había para disfrutar. Mariel se detuvo al pasar frente a una tienda.
—Lindo.
Fue una hermosa caja de música lo que llamó la atención de Mariel de inmediato. La caja en forma de concha estaba llena de tesoros marinos. Todo lo relacionado con el mar le hacía sentirse feliz. Fue porque le traían buenos recuerdos de su infancia.
—Entra y echa un vistazo.
—¿Qué? oh, no... aquí estoy bien
—Escucha el sonido. Es muy claro y hermoso.
—Pero...
—No es algo que pueda comprar
Mariel negó con la cabeza y se negó.
—No puedo regalártelo, pero puedes escucharlo es gratis.
—¿De verdad?
Cuando Mariel sonrió ampliamente por la recomendación del impresionante dueño de la tienda.
—¿Seduces a las mujeres con comentarios tan baratos?
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Bueno, ¿qué te trae por aquí, Duque de Landis? Si ni siquiera sales.
Como si ya lo conociera el dueño de la tienda se rio y miró a Herman.
—Tu viejo ¿estás bien?
—A veces tengo suficiente razones porque me regañas en cartas.
—Es porque mi único hijo aún no está casado.
—¿Qué padre enviaría a su hija a un bastardo astuto como yo?
—Pero viniste por alguna razón. Para ser alguien a quien no le gusta ni siquiera tocar los artículos de la tienda.
—¿Crees que soy un bicho raro o algo así?
—Si regresas a los círculos sociales, recibirás invitaciones de la mayor parte de los aristócratas de la capital. Oh cierto, el Duque de Parker va a dar un gran baile pronto.
—¿En verdad?
Pensó en algo por un momento para luego tomar la mano de Mariel y llevársela.
—Eso, envuélvelo.
Herman señaló la caja de la vitrina.
—Está bien.
Los ojos de Mariel se abrieron mucho mientras escuchaba a Herman.
—...
—¿Qué estás esperando? Tómala.
—¿Qué?
Mariel se sorprendió y Herman puso la caja en las manos de Mariel.
—Por qué me das esto...
—Entonces, ¿la compré para mí?
Herman dijo sin rodeos, y Mariel se sorprendió más.
—Oh, no tenías que hacerlo.
Mariel se sobresaltó y le devolvió la caja a Herman. Este frunció el ceño ligeramente.
—¿Por qué nunca quieres lo que te compro?
—Nunca dije que no la quisiera.
—Entonces tírala.
—Está bien, me la quedare. Lo haré.
Herman se relajó un poco mientras la veía hablar apresuradamente.
—¿Por qué no usas la horquilla que te regale? ¿No te gusta?— Preguntó mirándola seriamente.
—Es demasiado elegante... ...y cara para que la use en la mansión. ¿Qué pasa si Karen me pilla con algo tan caro? Estoy segura de que me interrogara.
—No encaja con mi condición de sirvienta.
—...¿qué?
Cuando Mariel volvió a preguntar, Herman sonrió de una manera extraña.
—Bueno, por cierto.
Mariel quedó hipnotizada por su sonrisa, y planteó la pregunta que se había estado haciendo.
—Por casualidad, ¿pagaste mis deudas? No lo puedo creer, pero eres el único en el que puedo pensar.
—Que pasa ¿Si es así?
—Como esperaba...
Mariel murmuró con voz débil.
—Gracias. Definitivamente te devolveré todo ese dinero.
—No tienes que hacerlo.
—No puedo dejar que mi asistente pertenezca a otro por culpa de sus deudas.
—...
Por la respuesta de Herman, Mariel negó con la cabeza.
—Definitivamente te devolveré el dinero.
Ante su mirada decidida, Herman solo la miro con una expresión compleja.
—No quiero vivir con deudas. Te lo devolveré, lo prometo.
Mariel se lo prometió una y otra vez.
—Si tanto desea pagarme, es simple.
—¿Sí?
—Llámame, Herman.
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(—... Entonces, ¿debería cambiar tu condición?)
¿Qué quiso decir con eso?
No debería pensar mucho en ello, pero sus palabras me hicieron anhelar algo sin darme cuenta.
(—Tienes que ser completamente mía)
¿Y por qué me dio un regalo sin razón?
La caja de música era absolutamente impresionante. Más de lo que imaginaba.
—Soy... una sirvienta.
—Llámame, Herman, dilo.
Al pensar en su voz, Mariel se sonrojó, y para sacudir sus pensamientos, Mariel decidió ponerse a trabajar, por lo que sacó las sales de baño y las esparció en la bañera. Cuando el olor se propagó, se detuvo de remover el agua. Fue por el olor familiar. Era ese olor de nuevo. El olor que olía cuando caminaba por la playa con mi padre y mi madre cuando era niña.
Me vino a la mente el recuerdo de cuando camine descalza por la interminable playa de arena blanca. Recuerdo haber reído al sentir la arena fina deslizándose entre los dedos de mis pies. Recuerdo haber caminado mientras recogía bonitas conchas. Y algunas de ellas realmente contenían perlas.
Era muy pequeña, pero Mariel recordó haber pensado que había encontrado un gran tesoro en el momento en que la vio. Aunque no era de gran valor porque su forma era irregular y no era muy bonita, pero para ella era valiosa porque la había encontrado ella sola.
Este aroma me hacía recordar cuando vivía feliz con mi familia y al mismo tiempo a Herman. El olor habitual de Herman era el olor de las sales de baño. Como lo usa mucho, lo tiene arraigado en el cabello, en las sábanas y en su solapa que usa a menudo, Mariel ya se había acostumbrado tanto a este olor que le aterro.
Mariel estuvo un tiempo sin moverse con la mano en la bañera. Mientras tanto, la puerta del baño se abrió y Herman entro, Mariel ni siquiera se dio cuenta.
—¿Qué estás haciendo? ¿Mariel?
—Oh, no. Aún no está listo.
Mariel, que retrocedía cada vez que él se acercaba, tuvo que detenerse al llegar a la pared del baño. Cuando el cuerpo lo suficientemente grande como para cubrirla se detuvo frente a ella, se quedó acorralada en la esquina.
La expresión de Herman se volvió muy seria y la reacción de Mariel no fue una respuesta.
—¿Lloraste?
—Vaya, no me di cuenta que lloré.
—Lloraste. ¿Qué pasó?
—No, no lloré.
Mariel respondió gritando haciendo que retumbara el baño.
—¿entonces?
Herman preguntó en voz baja. Él podría haberse enojado porque le grito, pero en vez de eso nuevamente, con voz tranquila, le pregunto por qué estaba llorando. Es probable que no se dé por vencido fácilmente, por lo que Mariel inventó cualquier excusa.
—Es solo... el vapor. El aire en el baño es húmedo.
—¿Qué sucede?
Esta vez preguntó Mariel.
—¿Por qué?
Sus ojos brillaron intensamente.
—Es por... ¿qué te importa?
—¿Qué?
Mariel lo miró enfadada mientras fruncía sus hermosas cejas.
—No te importa, ¿verdad?
—Estoy haciendo mi trabajo, lamento molestarte.
Mariel se disculpó con Herman por lo que ella pensó que le molestaba. La sirvienta que lo atiende día y noche está llorando tristemente preparando su baño. Tal vez estaba molesto por eso. Mariel llegó a esa conclusión.
—...¿En verdad?
De repente, un brilló siniestro se reflejó en su rostro.
—¡Lo siento!
Con su brazo bloqueó por completo la ruta de escape de Mariel. Encerró a Mariel en la pared con ambos brazos y la abrazó.
—Señor, mi señor.
Mariel lo miró muy asustada. Pude ver su rostro el que siempre había tenido un deje burlón pero ahora estaba terriblemente inexpresivo. Herman, que había acortado aún más la distancia, se inclinó y acercó su rostro al de Mariel.
—¿Qué te pasa, Mariel?
—Suéltame.
—No quiero.
La respuesta llegó natural.
—Hoy... no quiero.
Mariel lloró mientras la sostenía en sus brazos. El olor a mar fresco en sus brazos me mareó. No quería que me abrazara así.
—No me importa tu opinión, ¿sabes?
Herman levantó la mano y limpió las mejillas de Mariel, susurrando dulcemente.
—¡Sí, ay! ¡Ah! Mmm... si
Cada vez que se insertaba en su interior sentía como se contraía y era demasiado apretado para moverse, ella solo gemía sin parar.
Mariel con las caderas en alto rogó todo el tiempo que estuvo atrapada por él.
—No exageres.
Una vez más, rechazo sus palabras como un cuchillo. Además, sus embestidas fueron más profundas ya que intentaba aflojar su agujero, lo hizo más fuerte y más rudo.
—¡Ah, ah, eh! En serio... no, ¡fuera!
No pudo decir una frase completa. Sus piernas temblorosas se deslizaban y Herman la sujeto por la cintura. Después de agarrar con fuerza su trasero, la siguió penetrando sin piedad.
puck, puck. El sonido de nuestra piel chocando descaradamente taladró mis oídos. Sin saber cuánto tiempo había pasado, Mariel jadeaba debajo de él.
—Deténgase, por favor...
Eso pensó. Pero en verdad fue solo el comienzo. Ignorando su cuerpo húmedo, acostó a Mariel en la cama y comenzó a codiciarla nuevamente.
¿Qué hizo que se enojara tanto? No importa cuánto lo piense, no podía entender por qué estaba tan enojado. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Me sentí mareada y con náuseas porque lo metió hasta el límite. Era como si su interior se hubiera contraído cientos de veces cada vez que la embestía. Sin embargo, su miembro no daba signos de reducirse o dejar de estar duro.
No puedo hacer esto más, o realmente moriré teniendo sexo.
Pensando en ello, Mariel lo llamó con todas sus fuerzas. Sin embargo, el hombre que la penetraba por detrás parecía estar solo interesado en la parte inferior de Mariel, y no mostró señales de haberla escuchado en absoluto.
—Mi señor... Mi señor...
En medio de jadeos, Mariel lo llamo una y otra vez. Fue cuando ya ronca por los gemidos, dijo lastimosamente en su oreja.
—Herman.
—...
Herman se quedó quieto, con el pene medio metido en la vagina de Mariel.
Incluso volvió a preguntar, pero Mariel no respondió.
—¿Eh? Mariel.
Pregunte de nuevo, como una bestia sedienta. Estuve a punto de preguntar una y otra vez hasta que me contestara, pero lamentablemente no pude. Shrek. La mano que sostenía la sábana se soltó. Mariel perdió el conocimiento, su rostro cubierto de lágrimas yacía sobre la sábana.
Toc. Toc. Mariel se despertó con el sonido del agua que caía. Sintiéndose completamente agotada, y con el cuerpo adolorido.
Mariel intento girarse ante el dolor punzante que sentía en la parte baja de la espalda y la pelvis. Pero sentí mayor dolor.
—Te dolerá si te mueves de repente.
Estaba sentada en el agua, para ser exactos, estaba sentada en la bañera. Detrás de ella estaba el dueño del brazo que la sujetaba. Naturalmente, ambos estaban desnudos. Eso no la sorprendió.
Olía un ligero olor a hierba a través del aire húmedo. Cuando poder ver bien, vi un saco de algodón con un montón de pasto, parecían ser hierbas medicinales y flotaba en el borde de la bañera.
—¿Dónde encontraste eso?
—Pedí que la prepararan.
Dijo como si preguntara algo obvio.
—¿Quien...?
—Roberta lo trajo. Son hierbas para aliviar el dolor.
Respondió sin dudar, y Mariel se quedó atónita.
—Sí, nos vio.
—No..., la sirvienta... ¿nos vio?
—¿Y que si nos vio?
En respuesta a la respuesta de Herman, al que no le parecía que fuera un gran problema, Mariel hundió la cara en el agua. Se derramo el agua espumosa cuando ella se hundió.
—No te mueras.
Dijo Herman sacándola rápidamente.
—... Estoy jodida.
Sin notar que el cabello húmedo se le pegaba en las mejillas, Mariel murmuró desesperada.
—¿Qué?
—Entonces, ¿qué piensas de mí?
—¿Qué?
Preguntó Herman, sosteniendo la mano de Mariel, tiro de ella y la soltó suavemente.
—¿Quién soy para ti, Mariel?
Mariel, que de repente se sentó frente a él en el agua, se sonrojó por la vergüenza. También porque podía sentir claramente su miembro, que naturalmente sobresalía entre sus piernas abierta a ambos lados.
—¿Quién soy para ti, Mariel?
—...
—Dime la verdad.
Mientras tanto, Herman apretó fuertemente su pelvis con ambas manos y la sostuvo cerca de su cuerpo. No podía ir a ningún lado, y al mismo tiempo, lo miraba muy avergonzado.
Mariel se estremeció cuando sintió que su alter ego comenzaba a frotarse debajo de ella, ya amenazante.
Estaba avergonzada por reaccionar inmediatamente tan pronto me toca. Mi cuerpo es muy honesto, y no escucha lo que digo. En cualquier caso, era un cuerpo sucio. Sin embargo, fue Herman quien la hizo así.
—¿Quién soy para ti, eh?
Dijo Herman, presionando con fuerza mi abertura. La respiración de Mariel disminuyó gradualmente a medida que el bulto hinchado se metía entre los pliegues de la carne sensible y la frotaba. Herman coloco las manos de Mariel alrededor de su cuello y la acercó más.
Suspiró profundamente ante la obstinada respuesta de Mariel.
—Sí, entonces lo grabaré en tu cuerpo.
No dijo más, sino que fue directo al cuerpo de Mariel.
—Dios mío.
—Llámame de nuevo, Herman.
Las manos que me acariciaba se detuvieron.
¿Era solo mi imaginación o lo escuchaba algo triste?
Mariel lo miró a los ojos. Sus ojos azules, cada vez más oscuros, solo miraban a Mariel. Los dos se miraron así por un tiempo, sin decir nada.
—Llámame por mi nombre
—Llámame hazlo Mariel.
Bajó la cabeza y besó a Mariel en la nuca, luego comenzó a chupar profundamente. Cuando las marcas rojas que dejó florecieron en la carne húmeda, incluso pensó que eran pétalos esparcidos.
—¡Ah...!
—Está bien, está bien, así que por favor...
Agarró su cabello y trató de arrancárselo, él solo hizo una mueca de dolor, porque obsesivamente mordía el pecho de Mariel y lo chupaba. Mariel se dio cuenta de que él lo que quería era una entrega total.
—Herr... man.
Su nombre salió de sus labios ligeramente abiertos. Entonces Herman dejó de juguetear con su lengua como si estuviera chupando un delicioso dulce y miró a Mariel.
—No te escuché.
Fue absurda su respuesta, por lo que Mariel le dijo:
—No lo diré otra vez...
Suplicó a muerte y comenzó a enterrarse más profundo de Mariel.
—¡Sí!
Cada vez que entraba agua moderadamente tibia en su agujero, Mariel se retorcía por dentro. Sentí claramente el gran tamaño de su falo llenando por completo mi lugar secreto, dejando escapar sensuales gemidos una y otra vez. Incluso si trato de decir su nombre, no fue fácil debido a las acciones secretas que se llevaban a cabo en el agua.
—¡Herman! ¡Aah! ¡Aah!
—Este perro... huh, perro... bastardo...
Él, la beso comiéndose su boca, sonriendo mientras maldiciones y gemidos coloridos se mezclaban entre sus respiraciones.
—También eres buena maldiciendo.
—...
Mariel sintió un escalofrío que le subía por la espalda, por su mirada. Era un mal presagio.
—Un vez más.
—No, no puedo...
Herman, que la había mirado a los ojos con una mirada chispeante, movió su cadera una vez más. Mariel suspiró y se aferró a él por la sensación de profundidad. No le importó a pesar de que lo araño con las uñas.
—Mariel, Mariel, Mariel.
Llegó al clímax por el placer que sintió cuando dijo su nombre como si fuera un hechizo. Más, más. Le gustaba que la llamara por su nombre, así que Mariel estuvo a punto de llorar. No sabía por qué.
—Quiero todo de ti.
Mariel lo escucho susurrar en su delirio.
—Tus lágrimas, tú razón, todo.
—¿Aún no quieres decirme en qué estabas pensando antes?
—... recordé mi infancia.
—¿Tu infancia?
Dejó de retorcer las manos y dijo.
—Recordé cuando caminaba por la playa de la mano de mi mamá y mi papá. En ese entonces teníamos una pequeña villa en la playa y solíamos ir a menudo.
—¿No la tienes ahora?
—No. Alguien la compró cuando confiscaron todas las propiedades de mi familia.
—Cuando vi la caja de música recordé lo mismo. También cuando vertí las sales de baño al oler su aroma recordé el océano. Así que eso fue lo que pasó.
No fue gran cosa después de que se lo dije. Entonces, ¿por qué dude en decírselo a Herman?
—Ya veo.
Asintió sin decir nada y abrazó con más fuerza a Mariel, al cabo de un rato, el baño volvió a llenarse con los gemidos de los dos nuevamente.
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