Prólogo.
El
sostén de una noble familia, es la dignidad. Para ser la señora de la casa hay
que soportar muchas cosas.
Como
ahora.
—¡Ah,
ah...!
El
sudor fluía caliente por su piel escarlata, goteando por su espalda mientras
ella repetidamente echaba la cabeza hacia atrás gimiendo agudamente. Una mano
venosa envolvió su cabello suelto e inclino su cabeza hacia abajo. Una lengua
lamió las gotas de sudor que le corrían por la nuca.
—Hmph.
Un
escalofrío recorrió su espalda al sentir la bestia lamiendo su cuello. Mi línea
de visión estaba abajo. Como miraba hacia abajo me vi obligada a mirar su cosa
roja. Un brillo rojizo que se fundía en carmesí, el color puro de sus ojos, sin
mezclar con ningún otro, un signo de la gran nobleza que está relacionada por
sangre con la familia real.
En
comparación con sus ojos marrones tan comunes como los guijarros que pateas con
los pies. No se atrevía a mirarlo a los ojos. Sin embargo, sus labios
desvergonzados se abrían caprichosamente.
—Oh,
hermano.
Me tomó
unas cuantas bocanadas entrecortadas antes de poder llamarlo, una sonrisa que
me derretía captó mis pupilas temblorosas. Piel suave y barbilla afilada. Las
comisuras de sus ojos, situadas entre las sombras hundidas, se curvaron
agradablemente. Su cabello negro, cuidadosamente cortado, se balanceaba
ligeramente sobre su frente y su rostro reflejaba su reputación infantil como
el ángel de Hete.
Por un
momento me deslumbró su sonrisa extasiada, lo que me hizo olvidar la realidad.
Pero eso también fue fugaz.
—Sí. Mi
hermano.
—¡...!
Mordiendo. Labios
mordisqueando mi barbilla, trazaron un camino de besos hasta la comisura de mi
boca. Cerré la boca apresuradamente, pero la sensación cuando apretó mi pecho
me obligó a gemir. Las comisuras de mi boca me escocían al abrirla. Ni siquiera
me había dado cuenta de que me había abierto el costado mientras lloraba.
La
lengua que penetraba bruscamente mi boca, lamio mi herida. Arque la espalda ante
el dolor punzante. El acto no terminó presionando contra la herida. La lamió
como si quisiera calmar su dolor, pero luego golpeteo la herida con su lengua como burlándose. El erótico dolor
aumento un extraño calor. Fue un coqueteo sensual.
—¡Hermano...!
Todo lo
que pude lograr fue un gemido gutural a través de las grietas mientras mis
labios estaban siendo devorados, devorando también mis palabras. Mi hinchado pecho,
demasiado grande para que lo agarrara su mano, sobresalía entre sus dedos. Mis
ojos se abrieron ante la fuerza de su agarre que dejó varias huellas rojizas en
su pálida piel. Mi mente, que se había derretido, se retorció para encontrar la
razón.
Mi hermano mayor.
Era dos
años mayor que ella y le sacaba más de una cabeza. Mi hermano, aunque solo en
papel, no eran exactamente hermano y hermana.
Mi hermana. Mi lindo pajarito.
Lo
recuerdo acariciando mi cabeza mientras me llamaba cariñosamente.
—No
puedes hacer esto.
Entrecerró
sus ojos llorosos y empujó su pecho. Su cuerpo cubierto con una camisa era
macizo, era como si no fuera la misma persona. Se desesperó de que su cuerpo no
se moviera. Como burlándose de ella, separó sus labios con la lengua y jugueteó
dentro de su boca hasta el contenido de su corazón.
—¡Eup, sorbo…!
Aplasto
sus pechos, envolviendo su sensible cintura con sus brazos. Su pene que inserto
profundamente dentro de su cuerpo la atravesó como un pincho de fuego. No podía
creer que este símbolo inconfundiblemente masculino perteneciera a su hermano. Chillando,
Lawrence se sacudió como un animal insertado por una flecha.
Se
escuchó un sonido, el sonido de una puerta abriéndose. El aire estancado se
mezcló con el viento exterior a sus espaldas. No tuvo el valor de volver la
cabeza, pero su hermano no toleraría semejante tontería.
Se
obligó a girar la cabeza. Mi visión era borrosa por culpa de las lágrimas. Pero
ella pudo distinguir en la oscuridad el sello de la familia.
Las fauces
no solo serían de uno.
El pozo
de la inmoralidad del que no podría salir le sonreía.
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