—Jajaja...
Hue-hwe...
La
Princesa Celeste, incapaz de soportar más la agonía, dejó escapar un gemido de
dolor y angustia. Era comprensible, pues sus pechos hinchados manaban leche
como si fueran una fuente, y no solo estaban hinchados, sino que parecían que
estaban a punto de reventar.
Aunque
derramaban leche a chorros a cada instante, seguían llenos, y como no había
nadie que los succionara, mis axilas y brazos se hinchan, y todo mi cuerpo
sufría de fiebre y dolor. Ni siquiera podía quejarme con nadie de este terrible
dolor que iba más allá del dolor habitual de la lactancia.
A pesar
de ser la única princesa del Imperio Cremielle, se había convertido en la
persona más deshonrosa en la historia de la familia imperial. Y no podía
deshonrar más a su padre postrado en cama, el emperador Carthelion.
En medio
del inmenso dolor y humillación, la muerte parecía ser la única forma para
liberarse. Sin embargo, tras meses de sufrir los cambios en su cuerpo, ya no
tenía fuerzas ni para clavarse una simple daga.
—Oh, por
favor... alguien... sálveme... por favor, sálvame... oh, o si no, mátame... por
favor... oh, oh...
Le era
imposible pensar racionalmente por el dolor, y se aferró a sus pechos empapados
en leche, tan grandes que estaban a punto de desgarrar la pechera de su
vestido, suplicando al cielo. En ese momento, mientras imploraba la muerte en
el jardín trasero de su palacio, incapaz de soportar el dolor, la sombra de
alguien se posó sobre su cuerpo encorvado.
—Ah,
ajá...
No quería
que nadie supiera de su grave estado, así que incluso las criadas que le
proporcionaban los cuidados mínimos fueron despedidas. Sufría un dolor
insoportable en los pechos que me nublaba la mente, así que no tenía tiempo
para averiguar quién era la persona que tenía frente a mi.
—Déjame
ayudarte.
Utilizando
todas las fuerzas que le quedaban, se abrió la parte delantera del vestido
empapado con sus propias manos, y sus pechos, hinchados como los de una vaca,
quedaron al aire. Las areolas se habían ensanchado y oscurecido y la leche
brotaba a borbotones en todas direcciones desde los numerosos agujeros apenas
visibles en los pezones algo gruesos y protuberantes.
El hombre
agarró un pecho que expulsaba leche con potencia y lo succionó con fuerza. Los
finos chorros de leche que habían estado saliendo en múltiples direcciones se
unieron en uno y bajó por la garganta del hombre que la tragaba.
Por
desgracia, el otro pecho, que no había elegido primero, seguía rebosado de
leche, y salía en múltiples chorros, salpicandolo salvajemente... Mientras el
hombre succionaba con diligencia el pecho más pesado y adolorido, Celeste
empezaba a respirar agitadamente, y dejó escapar gemidos ligeramente eróticos.
—Ahhh...
Jo, qué bien se siente... Ah, me voy a correr... Este también... Chúpalo...
Ella
misma agarró su otro pecho y lo colocó contra la mejilla del hombre. El hombre
pronto succionó también el otro pecho con todas sus fuerzas. Mientras seguía
succionando ambos pechos llenos, la leche, que al principio tenía un sabor
ligeramente ácido, se volvió dulce, provocando que la tragara violentamente su
garganta.
Celeste
que sentía como seguía succionando la leche de ambos pechos repetidamente,
sentía como su vagina se contraía al calmarse el dolor insoportable. Antes de
que pudiera contenerse, algo brotó de debajo de ella.
Aunque era
un fenómeno natural debido al flujo posparto restante, no pudo evitar sentirse
avergonzada. Por supuesto, no estaba en posición de sentirse avergonzada ahora
que un extraño succionaba su leche de ambos pechos con tanto fervor.
—Jaa...
Jo, qué bien... Siento que ya puedo vivir... ¡Huff!
Se sentía
extraña, aunque deseaba que él continuará, también sentía una extraña
liberación de satisfacción e incluso de placer. A partir de ese día, las
pruebas que enfrentó se volvieron insoportables para ella sola, y solo quería
aguantar hasta que su padre falleciera.
Sus
pechos llenos, una vez que fueron vaciados, le trajo no solo alivio, sino
también una emocionante sensación de liberación. Eso por sí solo pareció calmar
gran parte del dolor y las dificultades que había soportado. Así que no tuvo
más opción que confiarle su cuerpo.
—Ahh...
No solo los pechos, sino también abajo...
Celeste
simplemente cedió a sus instintos y le rogó todo lo que quería.
***
Celeste
La Cremielle, con una belleza deslumbrante, era la única princesa del Imperio
Cremielle. Nació con todo, su vida era como una bendición en sí misma. Su única
carencia fue la falta de su madre, la emperatriz Eleonora, que murió al darla a
luz. Su padre, el emperador Carthelion al perder a su esposa al mismo tiempo
que ella nació, vagó durante un tiempo por el campo de batalla.
Se
enfrascó en batallas, invadiendo y conquistando reinos vecinos uno tras otro,
masacrando sin piedad a innumerables tropas enemigas, lo que le valió la
notoriedad de gran asesino bélico.
Al mismo
tiempo, el territorio del Imperio Cremielle continuó expandiéndose. Tras casi
veinte años, obsesionado con la guerra, se desplomó repentinamente con apenas
cuarenta y cinco años.
Se dice
que, embriagado por sus recientes victorias en las conquistas, había celebrado
una gran fiesta por última gran victoria y tras haberse acostado con la
emperatriz Mariela se desplomó... Aunque había ganado grandes victorias y
celebrado grandes banquetes, el emperador nunca había llevado a ninguna mujer a
su cama.
Tras
perder el conocimiento y desplomarse, la corte imperial hizo todo lo posible
por atenderlo, pero permanecía en estado crítico, apenas aferrándose a la vida.
Durante este tiempo, la emperatriz Mariela anunció que estaba embarazada del
emperador.
Nadie sabía
cuándo despertaría el emperador, y el embarazo de la emperatriz era la única
buena noticia en la tragedia de su enfermedad, así que todos rezaban por su
pronta recuperación y el nacimiento de un nuevo príncipe o princesa.
Sin
embargo, en medio de todo este caos, la princesa Celeste, de hermosa apariencia
y deslumbrante encanto, con un cuerpo voluptuoso. Había vivido tranquilamente
sola en el templo y al regresar su padre de su última conquista ella también
regresó al palacio de la princesa, pero en poco tiempo comenzó a crecerle una
gran barriga.
Cómo
Celeste siempre había tenido poco apetito comía poco, por lo que fue sospechoso
que comenzará a comer más frutas en cada comida y que empezara a comer carne
con más frecuencia, algo que no había hecho antes.
Tenía un
cuerpo curvilíneo y unos pechos medianamente grandes, pero ahora el problema
era que sus pechos comenzaron también a hincharse notablemente día con día.
Primero que nada la princesa aún no estaba casada pero su cuerpo comenzó a
experimentar cambios muy similares a los de la emperatriz, cuyo embarazo había
sido confirmado por el favor del emperador, esto provocó una conmoción dentro
de la familia imperial.
Sin
embargo, como la princesa nunca se había visto envuelta en escándalos ni en
chismes, todos en el palacio intentaron evitar sacar conclusiones
precipitadas... pero su vientre creció tanto que ya nadie podía negarlo.
Sus
pechos eran mucho más grandes y lujuriosamente voluminosos que los de la
emperatriz, quien estaba a punto de dar a luz, y su vientre, que se había
hinchado enormemente, se alzaba con orgullo sosteniendo el par de pechos como
melones, dándole la apariencia de una mujer muy embarazada.
Celeste
estaba muy avergonzada por el cambio obvio y humillante en su cuerpo, pero no
podía pedirle al médico imperial que diagnosticara mi condición. Para minimizar
el número de personas que se enteraran de mi vergüenza mandé a todas las
criadas de vacaciones, dejando solo a mi nana quien me había cuidado desde que
era una niña y a una joven criada para que la ayudara, quería ocultar mi
condición dentro del palacio imperial.
La niñera
que crió a Celeste, quien perdió a su madre el día que nació, lloraba todos los
días. Incluso ella podía notar que estaba claramente embarazada. Debido al
embarazo, mis pechos se habían vuelto demasiado pesados como para
soportarlos, y desde cierto día, sus pezones se habían oscurecido de un rosa
pálido a un marrón oscuro, formando gotitas de leche alrededor de ellos.
Además,
la zona entre sus piernas se hincho y le dolía constantemente, lo que le
impedía caminar y le causaba una gran angustia. Sin darme cuenta, tenía cientos
de vestidos que ya no podía usar, y me apresuré a mandar a confeccionar
vestidos holgados, adecuados para embarazadas, pero ni siquiera eso fue
suficiente para soportar los cambios en mi cuerpo.
Llegado a
este punto, incluso me impidieron visitar a mi padre, que seguía postrado en
cama, ya no pude visitarlo para tomar su mano y rezar. Temían que si mi padre
recobraba el conocimiento y veía que su única hija, que nunca se había casado,
estaba embarazada, se desplomaria de nuevo.
Mientras
tanto, la emperatriz dio a luz al hijo que tanto anhelaba. Originalmente, en el
Imperio Cremielle no existía que solo los hijos varones eran los únicos con
derecho a la sucesión al trono. Según la ley imperial, el orden de la sucesión
al trono se determina por el orden de nacimiento, y Celeste seguía estando en
primer lugar para heredar el trono tras la muerte del emperador.
La
emperatriz Mariela dio a luz a un príncipe, pero como este era apenas un bebé
recién nacido y Celeste era la hija legítima de la esposa oficial del
emperador, la emperatriz, Celeste era la heredera legítima al trono, salvo que
existieran circunstancias que la descalificaran.
Sin
embargo, por razones que ella misma desconocía, la princesa se encontraba
recluida. Esto lo hizo para poder ocultar su evidente embarazo antes del
matrimonio, porque era un problema que debía resolver si no la descalifican
para ser la próxima emperatriz.
—Aaahhhhh...
Ja... Nana, siento que me voy a morir... Aaahhh...
Un día,
mientras estaba prácticamente encerrada en el palacio de la princesa, sintió un
agudo dolor que comenzó en su bajo vientre, y esa noche, Celeste gritó al
sentir varias punzadas agudas que le partían el cuerpo en dos.
Presintiendo
la inminente situación, la nodriza hirvió rápidamente un poco de agua y le
abrió las piernas mientras forcejeaba con el peso de su cuerpo mientras gritaba
Celeste por el dolor.
Al
quitarle las bragas empapadas, la vulva hinchada claramente estaba lista para
dar a luz. Con la sangre fluyendo de la zona y el canal de parto preparándose
para la llegada del bebé, la nodriza introdujo un dedo.
—¡Ahhh!
¡Me duele demasiado, nodriza! ¡Para! ¡Ahhh, siento que me voy a morir!
—Su
Alteza, perdóneme. Pero necesito comprobar cuánto ha bajado el bebé, así que
por favor, aguante un poco más.
—¿Qué?
Aahhhh. Eso es ridículo. Eso es, eso es mentira... ¡Eso, eso no puede ser!
Aahhhhhhhh...
Celeste
no pudo contenerse más y soltó un torrente de lágrimas. Con todo el cuerpo
empapado en sudor, se retorció con las piernas abiertas de par en par, culpando
a Dios por tener que pasar por esto.
La
nodriza no tuvo más remedio que ponerle un paño en la boca. Los intervalos
entre contracciones se acortaron y la intensidad de estos alcanzó niveles
extremos.
Mordiendo
el paño instintivamente empujó con todas sus fuerzas para expulsar al bebé de
su vientre. La niñera amaba y confiaba en Celeste más que en nadie, así que
ella seguía creyendo que ella no estaba embarazada.
Pero al
ver la cabeza del bebé, con espesa cabellera, emergiendo de la vulva
profundamente enrojecida, claramente noto que no era la de una virgen. Celeste
pronto se desmayó.
***
Recuerdo
claramente el dolor que me llevó al borde de la muerte y la rápida intervención
de la nodriza, mientras abría las piernas. Yo me entregué por completo en dar a
luz al bebé en mi cama, sangrando y sudando... mientras luchaba por mi vida.
Nadie le mostró al bebé a Celeste.
El
palacio de la princesa se encontraba en silencio, solo el personal mínimo podía
entrar. En medio de todo eso, Celeste notó que su vientre, que había crecido
enormemente hasta hace unos meses, ahora se encontraba medio hundido y su
cintura ya no era tan esbelta como antes.
Por otro
lado, sus pechos seguían hinchados y enormes a diferencia de su vientre. En los
últimos meses, se había hinchado hasta el punto de no poder crecer más, su
tamaño había aumentado varias tallas durante
los últimos meses, y ahora eran tan horribles como
los de una vaca.
Llegó a
un punto en que estaban tan llenos de leche que se le escapaba. Hace un par de
meses, el líquido claro y lechoso comenzó a acumularse alrededor de mis
pezones, dejando marcas redondas en mis vestidos, pero nunca imaginé que esto
sucedería... Ahora, hacía más que solo humedecer un poco mi ropa, salía a
chorros. La leche comenzaba a fluir y derramarse libremente en cualquier
momento.
Pero no
podía mostrárselo ni dársela a nadie, así que solo la secaba con un paño de
lino una y otra vez, pero no era suficiente. Además, el dolor era tan intenso
que castañeteaban los dientes, y la persistente sensación de tener que
succionar la leche cada hora para sentir alivio la atormentaba sin cesar.
A pesar
de haber estado a su lado, atendiendo todas sus necesidades e incluso
ayudándole durante el parto, su niñera no la encontraba por ningún lado
ese día. Cuando le pidió a la joven criada que llamara a su niñera, ésta le
dijo que había enfermado repentinamente y que estaba postrada en cama.
Celeste
sintió curiosidad por el estado de su nana y quiso ir a sus aposentos para
verla, pero al intentar levantarse se desplomó y la leche fluyo abundantemente
de ambos pechos.
—De
acuerdo... En ese caso, por favor, ve a atender a la niñera. Yo... no quiero
que nadie me ayude ni me cuide por ahora.
No le
quedó más remedio que decir eso. Claramente di a luz a un bebé, pero ¿dónde
está? o si no es así, porque tengo los pechos tan llenos que rebosan de leche,
causándole un dolor insoportable. ¿Podría
alguien traerme al bebé para alimentarlo, o al menos podrían extraerme la
leche? Pero no se atrevió a pedírselo.
Así que
se aferró a ambos pechos hinchados de leche, que eran enormes y empezó a
sacarla, sufriendo en agonía. Casi había decidido morir en ese instante, cuando
de repente apareció un hombre.
***
Leventien
de Valle Verde nació como el segundo príncipe del Reino de Valle Verde. Poseía
una apariencia apuesta y una figura impecable, y su carácter era amable, por lo
que innumerables mujeres nobles lo admiraban.
Si el
Reino de Valle Verde no hubiera sido invadido y derrumbado tan brutalmente de
la noche a la mañana, habría vivido una vida hermosa, digna de su apodo, «el
tesoro viviente de la familia real», irradiando una presencia deslumbrante.
Sin
embargo, un día, un enemigo belicoso invadió repentinamente su país sin motivo
justificable. Su padre, el rey Wilbert, y su hermano mayor, el príncipe Jeremy,
entraron en batalla, dispuestos a morir. Antes de eso, su padre le ordenó que
reuniera las joyas reales que habían pasado de generación en generación y que
llevara a su madre, quien tenía un corazón débil, a Ezel Verde, una isla remota
en el territorio del reino al otro lado del mar.
—No, por
favor, permíteme ir al campo de batalla contigo. Estoy dispuesto a morir para
proteger a Valle Verde.
—No, hijo
mío. ¿Qué pasa si el corazón de tu madre empeora? Te ordeno que te quedes en un
lugar seguro durante la guerra y cuides de tu madre. Incluso si algo nos pasara
a Jeremy y a mí, esta es la mejor manera de asegurar la continuidad de la
familia real de Valle Verde.
Con
lágrimas de sangre, tuvo que seguir las órdenes de su padre. Sin embargo, menos
de dos semanas después, su hermano y su padre murieron en batalla y el reino
cayó. Al enterarse de la noticia, su madre sufrió un infarto en la isla de Ezel
Verde y siguió a su padre y a su hermano en la muerte.
Mientras
enterraba a su madre con sus propias manos, maldijo al emperador del Imperio
Cremielle, que le había infligido tan terrible dolor, y juró vengarse.
—¿Acaso
su desesperada maldición llegó al cielo?
Al día
siguiente llegó la noticia de que había perdido el conocimiento y se debatía
entre la vida y la muerte. Después de que el emperador asesino de Cremielle
regresará al palacio imperial embriagado por la victoria celebró un gran
banquete y cayó desplomado después de pasar la noche con la emperatriz.
Pero eso
no significa que su profundo odio se hubiera disipado. La gente de su país fue
reducida a esclavos, y el territorio del pacífico y hermoso Reino de Valle
Verde estaba siendo devastado por los crueles saqueadores.
Leventien
había perdido su país debido a la avaricia y las atrocidades del emperador del
Imperio Cremielle, y su pueblo estaba sumido en la desesperación. Había perdido
a su padre, hermano, madre y a toda su familia.
Por
muchas lágrimas que derramara, nada podía deshacerse. Solo quedaba en mi
corazón, desolado y seco, un ardiente deseo de venganza. Sabía que había una
princesa de su edad en el Imperio de Cremielle.
Se
deshizo de algunas de las joyas reales que había traído por orden de su difunto
padre y fue a buscar a Hildegarten, el mago más grande del reino. Hildegarten
era una persona que podía protegerlo y ocultarlo con sus poderes mágicos
inalcanzables, a la vez que podía conseguir todo lo que quería.
Incluso
su padre, el rey, lo sabía, pero como la magia había sido prohibida en todo el
continente hacía diez años, renunció a tomar prestado su poder. Debido a que se
impuso por la fuerza un tratado para reforzar la prohibición de la magia,
acordado por todo el continente incluyeron una cláusula que estipulaba que
cualquier persona cuyo linaje mágico fuera revelado debía ser decapitada.
Por lo
que su padre creyó que lo mejor era simplemente tolerar su existencia y dejarlo
vivir libremente. Por ello, Hildegarten podía llevar una vida normal fingiendo
ser un comerciante medianamente rico, creía que era un favor que recibió por
parte de la familia real de Valle Verde.
—No,
¿eres el príncipe Leventien? Estás a salvo. ¡Jaja!
Hildegarten
lloro, desconsolado al ver el aspecto demacrado de Leventien. Antes de que la
magia fuera completamente prohibida, había asistido a menudo a banquetes reales
donde conoció a un joven Leventien y a la familia real.
—No
siento más que vergüenza y miseria por estar vivo.
El
príncipe Leventien había perdido todo rastro de su antiguo yo, el hijo menor de
la familia real una vez fue un hombre
encantador y alegre.
—¿De qué
habla su Alteza?, solo oculte su linaje y preservara su vida...
Desafortunadamente, ahora formamos parte del imperio, y solo podemos obedecer
en apariencia para vivir en paz... Aunque ahora, Su Alteza es mi único amo,
dijo Hildegarten. Simplemente ordéname lo que desees. Haré todo lo que pueda
con mis humildes habilidades.
Hildegarten
inclinó la cabeza después se arrodilló y juró lealtad a Leventien con lágrimas
en los ojos.
—Entonces
tengo una petición difícil para ti. Podrás usar las joyas reales que traje como
mejor te parezca. Pero por favor, concédé mi petición.
—No, no
quiero ninguna recompensa. Solo haré lo que me pida.
Hildegarten
juró hacer lo que le pidiera.
Con
expresión solemne, Leventien le dijo lo que más deseaba.
—Prepárame
un veneno que mate en el momento en que pase por la garganta. Necesito
suficiente para matar a dos personas. Ponlo en dos frascos por separado.
Además, con tus habilidades mágicas ayúdame quiero poder infiltrarme en el
palacio del Imperio Cremielle sin que me detecten.
—No, Su
Alteza... Eso es...
Hildegarten
no pudo seguir hablando y rompió a llorar. Leventien quiere poder infiltrarse
en secreto en el palacio del Imperio Cremielle con la intención de vengarse.
Probablemente pretende acabar con la vida del emperador postrado en cama con
sus propias manos, y el acto de quitarle la vida a otro ser humano servirá como
medio para que Leventien se suicide después de llevar a cabo su plan.
—¿Cuánto
tiempo te tomará para hacerlo? Sé que puedes hacerlo...
—No, Su
Majestad... Por favor, reconsidere. La peligrosa poción de la que habla no la
he preparado en mucho tiempo, y no puedo garantizar que pueda tener los
ingredientes necesarios de inmediato. Además, lleva tiempo tejer una capa de
invisibilidad para ocultar su presencia.
Hildegarten
no se atrevía a cumplir sus órdenes, así que inventó excusas para ganar tiempo.
—Por
favor, date prisa. Tengo prisa.
Sin
embargo, Hildegarten supo instintivamente que no podría hacer que cambiara de
opinión el príncipe Leventien. No tuvo más remedio que usar todas sus
habilidades para crear una capa que haría invisible al portador al envolverla
alrededor de su cuerpo desnudo, permitiendo escabullirse en cualquier lugar con
sigilo.
También
le entregó la poción en cuestión en una botella de vidrio muy pequeña y
delicada, aproximadamente de la mitad del tamaño de su dedo meñique.
—Príncipe,
cuando uses esta capa, debes estar completamente desnudo. El objeto que podrá
activar el hechizo para que la capa lo haga completamente invisible será su
cuerpo.
—Entiendo.
Muchas gracias.
—Y por
favor, no use esta poción... He oído que el emperador pronto morirá por sus
pecados... Su Majestad no tiene por qué ensuciarse las manos; pronto recibirá
su castigo, así que por favor...
—Esto no
es para él.
—¿Entonces
para quién es?
—Él le
quitó la vida a toda mi familia. La vida del emperador por sí sola no es
suficiente.
Entonces,
Leventien debe estar planeando usar el veneno para vengarse de la familia
Imperial. Hildegarten sabía que el emperador solo tenía una única hija como
familia inmediata. De repente, una idea ingeniosa surgió en la mente del mago.
Dijo que
había olvidado añadir un ingrediente a la poción y añadió unas gotas más de un
líquido pegajoso. Luego, agitó la botella y dijo que aún parecía estar
inactiva, pidiéndole que esperara un poco más.
Mezcló
varios venenos y extractos de hierbas con polvos desconocidos para crear una
nueva poción. Luego la vertió en otra botella y se la entregó a Leventien.
—Si toma
solo una pequeña cantidad de esto, sin duda será efectivo, ¿verdad?
—Sí, Su Alteza.
Una vez que pase por su garganta, surtirá efecto inmediatamente con la máxima
potencia, haciéndolo imposible de desintoxicar.
Tras
completar sus preparativos, Leventien se dirigió al palacio del Imperio
Cremielle con la intención de matar a Celeste, la única hija del Emperador, el
enemigo que mató a sus padres y a su hermano.
Se decía
que el emperador Carthelion se encontraba en un estado tan grave que nadie
podía predecir si recuperaría el conocimiento o moriría. Leventien esperaba
que, tras envenenar a la princesa, el enfermo emperador se despertara al menos
por un instante para que pudiera enterarse de la muerte de su única hija.
Quería
que sintiera el dolor desgarrador de perder a su única hija, junto al de su
propia muerte, antes de partir de este mundo. Cuando envolvió la capa tejida
por el mago Hildegarten alrededor de su cuerpo desnudo, Leventien se volvió
misteriosamente invisible para todos.
Dado que
el clima en el Imperio Cremielle es templado todo el año, y la capa estaba
hecha de una tela suave y cálida, no resultó nada incómodo usarla estando
desnudo. No importaba si andaba desnudo con el pene al aire, el cual es tres
centímetros más grande que el de un hombre adulto promedio, ya que nadie podía
verlo.
El pecho
musculoso y bien formado de Leventien también estaba bien oculto bajo la capa.
En cuanto se infiltró en el palacio imperial, siguió los movimientos de los
asistentes y doncellas para familiarizarse con la distribución general.
Si por mí
fuera, habría entrado en los aposentos del emperador y habría apretado el
cuello de ese demonio con mis propias manos, pero... Para infligirle mayor
sufrimiento, me dirigí al palacio de Celeste, la única princesa del Imperio.
Como era
de esperar, los rumores sobre su belleza incomparable no eran del todo
erróneos, ya que la hermosa princesa descansaba pintorescamente mientras
contemplaba las flores del jardín. Leventien se acercó, pero gracias a su capa
de invisibilidad, ni los asistentes de la princesa ni la propia princesa
pudieron verlo.
—Su
Alteza, beba esta infusión de flores y duerma temprano esta noche. Tendrá que
madrugar mañana para ir a rezar por la recuperación de Su Majestad.
—Sí,
gracias, Nana. Beber esto me ayudará a dormir bien. Nana también apresúrate y
vuelve a tus aposentos, también debes descansar un poco.
—Sí, Su
Alteza.
En ese
momento, la princesa se quedó sola en su dormitorio. Desde el balcón donde
admiraba las flores que había plantado, la princesa caminó hasta el centro del
dormitorio y tomó una taza de té de flores para conciliar el sueño. «No dejaré pasar esta oportunidad»,
pensó Leventien, y rápidamente vertió la poción en el té de flores.
Gracias
al hechizo de invisibilidad lanzado en la botella que contenía la poción, la
princesa no notó nada, ni siquiera cuando el líquido cayó lentamente en la
taza. Aunque había logrado su objetivo rápidamente, el príncipe Leventien
sintió la necesidad imperiosa de arrebatarle la taza a la princesa y tirarla en
cuanto la vio llevársela a los labios y beber un sorbo.
Celeste,
la princesa que acababa de alcanzar la mayoría de edad, era demasiado hermosa
como para ser envenenada para asumir la culpa del crimen de su padre. No era
solo su belleza, sino también su físico, su expresión y la atmósfera que
emanaba ella tenía una gracia clara y elegante que resultaba abrumadora.
Sin
embargo, antes de que pudiera hacer nada, la princesa se bebió todo el té de la
taza. Luego, con un profundo sentimiento de culpa, vertió el resto de la poción
en su boca. Sí, era justo que después de que matara a la princesa él se
suicidara. Ya no se arrepentía de seguir vivo. Leventien se quitó la capa.
Mi cuerpo
y el de la princesa serían encontrados mañana por la mañana. Entonces, el
emperador recuperaría la consciencia y se enteraría de la noticia, y la conmoción
lo dejaría inconsciente para siempre. Incluso si el emperador no recuperaba la
consciencia, bastaba con que el linaje de la familia Cremielle hubiera sido
cortado.
Sin
embargo, ni él, que había bebido el resto de la poción, ni ella, que había
bebido todo el té mezclado con la poción, sintieron dolor, y mucho menos la
sombra de la muerte. Cuando se quitó la capa, el hombre desnudo apareció frente
a Celeste. La princesa estaba a punto de gritar, así que le tapó la boca.
—¿Eh...?
¿Quién...? ¿Quién eres...?
El
príncipe Leventien estaba igual de nervioso. Era imposible que el poderoso mago
Hildegarten se hubiera equivocado. Ambos deberían haber perdido el conocimiento
y desplomarse en el suelo, escupiendo sangre. Pensó que su corazón se
detendría, pero en cambio sintió que latía con fuerza.
—Quiero
decir...
—Ja...
Vaya... No sé quién eres, pero... Ja... Ah... Tengo mucho calor, así que me voy
a quitar la ropa...
Antes de
que Celeste pudiera siquiera expresar curiosidad o miedo por el hombre desnudo
que apareció repentinamente frente a ella, y que incluso tenía su gran pene
expuesto, quedó completamente atrapada en la extraña sensación que envolvía
todo su cuerpo.
Celeste
sintió una extraña sensación de deseo sexual que bullía en su interior, algo
que nunca antes había sentido, y sin darse cuenta, se quitó el negligé. Sus dos
pechos regordetes quedaron al aire, colgando. Sus pezones rosados se
destacaban, erectos y prominentes.
Al ver
aquello, Leventien, quien también no
encontraba palabras para describir la situación, sintió que su pene crecía en
tamaño y grosor, como el de un caballo, se puso erecto, sin ninguna manera de
detenerlo.
No pude
evitar esforzarme por ocultar mi deseo de penetrar el cuerpo femenino frente a
mí como una bestia en celo. En un instante, ambos perdieron el sentido y se
sumieron en un estado de excitación abrumadora, incapaces de controlarse ni de
resistirse, comenzaron a explorarse mutuamente.
Leventien
mordió las mejillas de Celeste, ahora enrojecidas, y comenzó a succionar sus
labios. Celeste, como una hembra en celo, aceptó con entusiasmo la lengua de
Leventien mientras él la lamía, mordía y chupaba, abriéndose a sus besos. El
beso ardiente e intenso fue solo el comienzo. El falo ardiente de Leventien
brillaba con líquido blanquecino que rezumaba de la punta de su glande romo, y
estaba a punto de dirigirse a la cueva de Celeste entre los arbustos.
Celeste
se retorcía los pezones, gimiendo con lujuria rebosada de deseo sexual, y
Leventien la chupaba con tanta fuerza que emite un sonido lascivo. Entonces,
estimulada por la intensa sensación, Celeste abrió frente a él su coño ya
húmedo. No ocultaba que estaba lista para recibir la polla de Leventien de
inmediato, goteaba jugo de amor de sus arrugadas paredes vaginales.
—Haaaang... Hooooo... Por favor, lléname. Aquí, aquí está tan vacío... Con esa cosa grande, solo... Ugh... Fóllame fuerte. Mi interior está tan vacío... Quiero que me folles...
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