Prólogo
—Eh...
ahí... ahí... jaaah...
La
sujetó con su brazo y la tumbó, hundiendo la nariz entre sus piernas con sus
bragas, medio quitadas que colgaban de su tobillo.
Alexander
separó un poco más los muslos de Gabriela y comenzó a lamer su zona íntima sin
restricciones.
—Jaahh...
Ja-ja-ja...
Como si
buscara venganza por haber sido violado primero por su pequeña lengua, Alexander
separó el espeso vello púbico de Gabriela con la lengua lamiendo
persistentemente su pequeño clítoris. Pronto, el clítoris, antes tímido, se
hinchó, y continúo lamiendo los labios menores a ambos lados, ansioso
succionaba hasta la última gota del jugo acumulado en su abertura. Saboreando
su coño con pasión.
—Haeueup...
hueung... haaat... haaang...
Al ser
acariciada con tanta delicadeza. Quizás en su interior albergaba una naturaleza
lujuriosa oculta, o quizás se había vuelto esclava de sus deseos sexuales, que gemía
obscenamente. En algún momento, Gabriela también disfrutaba de la misteriosa
sensación y excitación que llenaba su vientre.
—Haaat...
ahh... hueuk...—
El ya
no pudo contenerse más y clavó su enorme y gruesa polla en su suave y húmedo
coño. El intenso dolor y la abrumadora sensación del extraño cuerpo que la
llenaba por dentro hicieron que Gabriela sintiera como si le desgarraran las
entrañas. Ser atravesada por la feroz verga, que se hundía profundamente en su vientre.
Su feroz garrote era claramente capaz de penetrar sus partes reproductivas.
—¡Ja...
Jajaja... Jajajaja...!—
—Uf... Siento
que me voy a correr dentro de ti en cualquier momento, solo un poco más...—
Pero no
cedió de inmediato, sino que siguió atormentando implacablemente su agujero con
su pene atacando con fuerza su cérvix.
—Eh...
ja...jajaja…
Mientras
tanto, Gabriela, que había estado llorando por el tamaño de aquella cosa enorme
en su interior, ahora lloraba desconsoladamente mientras la llenaba
repetidamente mientras se vaciaba. Velozmente se acostumbró a sus embestidas,
sumida en pensamientos desquiciantes, deseaba que simplemente derramara su
semen cada vez que le perforara el cuello uterino, llenando su útero por
completo con su semilla.
—Em,
Emperatriz... ¿Q-qué quiere decir con eso...?—
Gabriela
apenas podía creer que esta fue la orden que le había dado la emperatriz Elena,
a ella, una simple sirvienta, ni siquiera era una dama de compañía.
¿Cómo podía ella, siendo virgen y de
humilde cuna, atreverse a...?
—El
tiempo apremia, Gabriela. Eres muy reservada, y es evidente que no tienes
deudas con nadie en este palacio y no recibes órdenes de nadie más por lo que espero
cumplas con esto.
—Pero...
yo... yo... Ah, nunca... he... estado... con un hombre... quiero decir...
nunca... he... sido... penetrada...
Inclinando
la cabeza hacia el frío suelo de mármol, Gabriela le rogó a la emperatriz Elena
que por favor la retirara de esta increíble tarea.
Ella era virgen, ¿cómo podía la emperatriz
pedirle que realizara un acto tan secreto y aterrador...?
—Gabriela,
sé perfectamente que aun eres virgen y no tienes experiencia con los hombres.
¿Qué tan desesperada debo estar para pedirte algo así? Sí, lo siento muchísimo.
Pero este asunto debe resolverse rápido y en secreto. Solo así podremos
responder sin demora a una situación que podría alterar la sucesión imperial.
Pero
esto para Gabriela, era completamente incomprensible y una galimatías.
—Si
cumples mis deseos y traes a salvo la noticia que busco saber, te otorgaré diez
millones de galeones en oro. Con eso, podrías regresar a tu tierra natal,
comprar una casa envidiable y vivir el resto de tu vida sin dificultades.
—Su
Majestad la Emperatriz... Ja, pero... Jaja...
Gabriela
de haber sabido que acabaría en esta situación incluso se arrepentía de no
haber vivido con más diligencia. Debería haberse conformado con una vida dedicada
a ayudar con las tareas domésticas en casa... Su obstinada insistencia en
solicitar el puesto de criada en el palacio de la Emperatriz fue simplemente
demasiada ambición.
—Tranquila.
Tú y yo guardaremos silencio sobre esto hasta el día de nuestra muerte. No se
nos escapará ni una sola queja. Te diré qué hacer una vez más, así que, por
favor, haz lo que te digo. Son solo diez millones de galeones. Si no es
suficiente, también te daré algunas joyas que no están en la lista del tesoro
imperial. Aunque vendieras solo una, recibirías cientos de miles de galeones.
La
emperatriz Elena del Imperio Lonberg intentaba tentarla con dinero y joyas más
allá de lo que Gabriela Lagava jamás hubiera imaginado o deseado. Sin embargo,
en lugar de emocionarse, Gabriela sentía punzadas de pavor ante la terrible
experiencia que enfrentaría esa noche.
—He
hecho todos los preparativos con antelación. Esta noche, los guardias del
Palacio del Quinto Príncipe beberán bebidas mezcladas con una poción somnífera
y caerán en un sueño profundo. Más tarde deberás entrar en la habitación del
Quinto Príncipe, subirte al cuerpo de mi hijo —que estará dormido después de comer
su cena mezclada con somníferos— y montarlo.
—Oh,
subirme sobre él... ¿Cómo podría... atreverme...? ¡ha... ja...!
—Silencio...
Ahora, déjame explicarte con claridad. El pene de un hombre sano reacciona con
solo estar expuesto al aire, incluso mientras duerme. Si frotas suavemente la
epidermis, es decir, la piel que cubre el pene, con la mano, se hinchara al
instante.
—No
creo que pueda... Nunca, nunca lo he hecho antes...
—Mira
esta rama. ¿No está dura ahora mismo? Si te subes a la cama de mi hijo y le
quitas los pantalones y la ropa interior, bueno, quizá ya esté duro... Se llama
'erección del sueño'; a veces el pene de los hombres se pone duro y crece sin
ninguna estimulación especial... Pero si no, estará tan suave como tu mejilla.
Aunque no tengas experiencia con hombres, cuidaste de tu hermano menor en casa,
así que debes saber que los hombres tienen genitales largos y protuberantes,
¿verdad?
La
Emperatriz Elena, aparentemente exasperada por la absoluta inocencia de
Gabriela, se golpeteó el pecho y continuó su explicación. Aunque Gabriela nunca
había visto el pene de un hombre adulto, sabía que los hombres poseían un pene
parecido a un chile. Asintiendo a regañadientes, esperó las siguientes palabras
de la Emperatriz.
—Sí, si
el pene está erecto y duro como la rama sin que lo toques, puedes simplemente
montarlo... pero si no, esa es otra historia. Ahora, mira cómo froto esta rama
entre mis manos. Lo frotaras así, o frotaras rápidamente desde la base con ambas
manos. Estimúlalo solo un poco, así y se pondrá duro solo.
Los
ojos de Gabriela se llenaron de lágrimas. ¿De
verdad podría hacer eso? Pero tenía que hacerlo. No era porque codiciara la
incalculable suma de diez millones de galeones.
—Entonces,
ahora... No... Después de todo, si procedes de inmediato, como eres virgen y
sin experiencia sexual alguna al insertar su pene erecto en tu vagina podrá ser
doloroso y apretado, y llevaría mucho tiempo. Si nuestro príncipe sintiera
algún dolor ahí abajo y se despertara, sería problemático. Así que probaras
esto. Claro, habla comido una comida con un potente sedante que lo inducirá a
un sueño profundo.
Los
pensamientos de Gabriela se profundizaron al escuchar los escenarios
hipotéticos de la emperatriz Elena.
—Pondrás
el glande en tu boca... digamos que esta rama es el pene del príncipe. Entonces
la punta está aquí. No es la parte conectada al cuerpo. La punta es redonda, y
se parece más a la cabeza de un hongo que a la rama misma. En fin, meterás esa
parte en tu boca. No la debes morder bajo ningún concepto. Si ha crecido
demasiado y no cabe completamente en tu boca, lámelo hasta el tronco con la
lengua. Esto lo humedecerá con tu saliva y eso facilitara mucho para que lo
puedas meter en tu vagina.
Aunque
antaño fue la favorita del emperador, y recibió el favor real, a Gabriela le resultaba
casi nauseabundo oírla compartir con tanta franqueza los detalles tan
explícitos sobre las etapas preliminares del acto sexual, en concreto los
juegos previos.
—Lo
mejor es chupar y chupar repetidamente varias veces. Si te resulta difícil, usa
la lengua y lame todo el tronco, empezando por el glande. Eso lo cubrirá
uniformemente con tu saliva y comenzará a salir un líquido transparente por el
orificio del glande. Esto también facilitara la inserción.
El
cuerpo de Gabriela se había puesto completamente rígido y se le puso la piel de
gallina, lo que le dificulto incluso asentir. Independientemente del estado de
Gabriela, la Emperatriz continuó hablando.
—Una
vez que hayas chupado lo suficiente y veas el líquido claro que mencioné, no
dudes más. Tomaras la tiesa polla del príncipe y la meterás firmemente dentro
de ti, es decir, en tu coño. Ya sabes, el agujero por donde sale la sangre
durante la regla. Bueno imagina que sostienes la tiesa polla del príncipe,
luego la introduces en tu agujero y después subirás y bajaras la cadera.
Aunque
la emperatriz Elena había renunciado a toda dignidad para poder explicarle de
la forma más sencilla y clara posible, Gabriela se quedó ahí con la mirada
perdida, aparentemente incapaz de comprender. Frustrada, la Emperatriz estalló
furiosa.
—Ay,
Dios mío, esto va más allá de ser puro e inocente. De verdad viendo como trabajas,
no parece que te falte nada. En serio esto no está funcionando. Los demás
sirvientes de afuera se han ido, y solo estamos tú y yo, así que te lo
demostraré yo misma. Deberas hacer exactamente lo que te muestre. Es absolutamente
necesario que lo hagas bien esta noche. Solo así podre planificar el futuro sin
poner en peligro mi vida ni la del príncipe.
Dicho
esto, la emperatriz Elena se subió a la cama. Luego, cogiendo la rama se empezó
a quitar sus prendas inferiores. Justo cuando estaba a punto de hacer algo
demasiado atroz para verlo, de repente agarró la rama y la arrojó.
—Esta
rama no, se romperá. Rápido, abre el cajón inferior de mi tocador. Debería
haber una bolsa dentro, tráemela.
Para
asegurarse que Gabriela comprendiera con precisión cada paso de su misión, la
emperatriz semidesnuda, tras quitarse personalmente toda la ropa que cubría la
parte inferior de su cuerpo, le ordeno. Siguiendo sus instrucciones, abrió el
cajón inferior y saco una pesada bolsa de seda. Se la entregó a la emperatriz,
quien estaba en cuclillas en la cama, con las nalgas y la vagina al
descubierto, en un estado embarazoso de contemplar a plena luz del día.
—Mira,
pondré este palo de madera aquí. Imagina que es el pene del príncipe así es
como se pondrá erecto. Lo acaricias, lo chupas con la boca o lo lames
vigorosamente con la lengua.
Gabriela
nunca había imaginado que vería un instrumento de masturbación femenina era una
réplica en madera de un pene perfectamente erecto. Tampoco sabía que al falo de
madera lo usaban para llenar el vacío de placer cuando una mujer no podía
recibir el pene de un hombre, sirviendo como sustituto.
—Ay, no
puedo usar esto así... Ya estoy entrada en años, ya no lubrico bien así que no
sale enseguida... Ve y busca el aceite de camelia en el tocador por ahí.
No
tenía idea qué pretendía hacer la Emperatriz con ese horrible modelo de madera
con forma de pene erecto. Pero temblando de miedo, Gabriela fue a buscar el
aceite de camelia como le había ordenado. La Emperatriz rápidamente untó
generosamente el aceite sobre el falo de madera. Aun así, sin energía para
demostrarle, se dio la vuelta un momento.
—Tú,
date la vuelta un momento. Pásame otra rama de la mesa de allí.
Había tirado
al suelo la rama que había usado antes para enseñarle los gestos para provocar
una erección, así que cogí una nueva de la zona donde estaban las otras ramas. Elena
parecía algo inquieta.
—Esto
es demasiado pequeño para que pueda sentirlo de inmediato... En fin, debes
darte la vuelta por un momento.
Entonces
cuando se dio la vuelta, Elena abrió bien las piernas y empezó a introducir la
rama en su abertura vaginal. No se detuvo tras una embestida; froto su clítoris
con un dedo, luego metió y sacó repetidamente la rama repitiendo sus movimientos
con rapidez al menos cien veces hasta que le dolió la muñeca.
La
Emperatriz hizo muecas extrañas y se mordió el labio para ahogar un gemido. Por
supuesto, Gabriela, que obedecía la orden de apartar la mirada por un momento,
no pudo presenciar los detallados movimientos de la mano de la Emperatriz ni la
visión de su vulva seca, luego lubricada y finalmente completamente empapada.
Solo pudo oír sus gemidos algo lascivos y húmedos, que la hicieron sentir incómoda.
Bien,
ya está listo. Ven aquí y mira mejor. Si este falo aceitado fuera el pene
erecto del príncipe, ahí se acabaría todo. Sí, llevaras un poco de este aceite
y... No, no. El aroma de las flores podría despertar al príncipe, ¿qué sorpresa
se llevaría? Ese chico tiene un olfato tan sensible... Te daré un poco de
aceite de masaje sin perfume. No lo eches así; —usa solo un poquito—.
Gabriela
intentó memorizar la secuencia: frotar el pene del príncipe con la mano para
endurecerlo, metérselo en la boca, usar la lengua para cubrirlo de saliva y
finalmente aplicar el aceite sin perfume.
—Ahora
abre bien tus labios vaginales, como lo estoy haciendo yo. Así.
La
emperatriz Elena no tuvo reparos en abrir sus labios vaginales para Gabriela.
Separó las alas que cubrían sus genitales con ambas manos, dejando al
descubierto su abertura interior por completo, e incluso mostró el jugo vaginal
que fluía de su vagina sin pestañear. Después de todo, ¿qué importaba si una
criada —usada para una noche, pagada y pronto enviada lejos— llegaba a ver su
húmeda abertura mientras ella jugueteaba con su consolador y una vara?
—Ahora,
mantendré esto dentro de mí hasta el final. Después, recuerda bien mis
movimientos. Haz exactamente lo que yo hago. Montaras al príncipe y meterás firmemente
su pene erecto hasta el fondo de ti.
Dicho
esto, Elena se sentó a horcajadas sobre el falo de madera que se elevaba hacia
el cielo; tan enorme y monstruosamente grande que era difícil creer que algo
así pudiera existir en la realidad, por muy vívida que pudiera imaginar una erección.
Parecía insertarlo directamente en su abertura, pero luego agachándose sobre
él, comenzó a subir y bajar las caderas, empujando repetidamente el falo de
madera dentro y fuera de su vagina.
En
algún momento, sus movimientos se aceleraron, y la emperatriz Elena olvidó su
objetivo original de enseñarle a Gabriela a provocarle una eyaculación al
príncipe. Se concentró únicamente en la sensación de cada penetración, la
sensación de plenitud y la estimulación de sus paredes vaginales con el pene de
madera, sumergiéndose en el éxtasis de masturbarse durante un largo rato, jadeo
al alcanzar el orgasmo.
Al
observar las despreciables acciones de la Emperatriz desplegarse ante sus ojos,
Gabriela ahora deseaba desesperadamente poder escapar de ese lugar de
inmediato, correr para salvar su vida y escapar lejos, cruzando el mar hacia
otro país. Sabía que era imposible... Dentro de los muros del palacio, no tenía
a nadie en quien confiar.
Temía
que sus parientes en casa, los aldeanos que la habían cuidado cuando quedó
huérfana, pudieran correr peligro. Habiendo presenciado el lado secreto de la
emperatriz Elena, temía las consecuencias si se marchaba sin cumplir sus
órdenes correctamente.
—Eh...
Hacía tanto tiempo que no sentía tanto placer en mi interior, así que supongo
que me puse un poco agresiva sin siquiera darme cuenta...
En
lugar de avergonsarse por su vergonzosa conducta, la expresión de Elena se
había aligerado considerablemente, llena del satisfactorio placer por devorar
el falo de madera. Dejó a Gabriela con una última instrucción: —Ahora sabes
exactamente qué hacer y cómo hacerlo, ¿verdad? Y bajo ninguna circunstancia
debes quedar embarazada con lo que vas a hacer hoy.
En
cuanto confirmes que el pene del príncipe ha eyaculado sin problemas dentro de
ti, lava inmediatamente tu vagina con abundante agua mineral. Si concibes un
hijo, no podrás vivir cómodamente con el dinero prometido. Después de todo,
como me dijiste, este no es un día ideal para concebir un hijo recibiendo la
semilla de un hombre.
Antes
de organizar todo esto Elena le preguntó a Gabriela sobre su ciclo menstrual.
Gabriela, sorprendida por la inesperada pregunta, nerviosa, inventó una fecha
al azar. En realidad, desde su primera regla, el ciclo de Gabriela nunca había
sido regular. Debido a la irregularidad de su ciclo, no se molestaba en llevar
la cuenta de las fechas previstas ni del día de su última menstruación.
Por
eso, Gabriela fue la elegida para acostarse con el Quinto Príncipe, que estaría
profundamente dormido después de la cena con somníferos, bajo todas estas
absurdas propuestas —o mejor dicho, coerción—.
Tenía
que colarse en su habitación, provocarle una erección y asegurarse de que el
Quinto Príncipe eyaculara suficiente semen dentro de su vagina para confirmar
que podía responder con normalidad al contacto con los genitales femeninos.
El
emperador Hernst III de Lonberg era conocido en todo el imperio, de hecho, en
todo el continente, como un libertino depravado.
Además
de su legítima emperatriz, tuvo siete consortes más, dispersó su enorme pene a
voluntad, engendrando a más de diez príncipes. Sin embargo, cuatro de los diez
murieron en la infancia antes de alcanzar la edad adulta. Aun así, con seis
príncipes alcanzando la edad adulta sin contratiempos, el Imperio Lonberg
parecía tener asegurado un heredero.
El
emperador Hernst III, poseedor de una virilidad y una destreza sexual
extraordinarias, no dudaba de que sus hijos heredarían sus mismos rasgos. Sin embargo,
el Primer Príncipe, quien se casó primero, no logró embarazar a su consorte ni
una sola vez en tres años. El Médico Imperial no tuvo más remedio que informar
al Emperador que el Primer Príncipe sufría de disfunción eréctil. Incapaz de
lograr una erección, probó todos los remedios disponibles, pero sin éxito.
El
Segundo Príncipe, incapaz de superar la conmoción tras el suicidio de su madre
biológica, la Segunda Consorte Imperial, tras una lucha de poder entre las
Emperatrices, cayó en una profunda depresión. Su estado mental se volvió
extremadamente inestable, él mismo intentó suicidarse varias veces, lo que le
impidió casarse. Además, sus asistentes informaron que, quizás debido a sus
problemas psicológicos, ni siquiera podía masturbarse correctamente.
El
Tercer Príncipe también se casó, había tomado a una princesa como consorte y,
según se decía, podía lograr una erección, por lo que sus frecuentes relaciones
conyugales parecían indicar que no había problemas. Sin embargo, pasó un año,
luego dos, y no había señales de un hijo. Sin otra opción, el médico imperial
fue convocado para examinar tanto al Tercer Príncipe como a su consorte.
Si bien
la consorte parecía estar perfectamente sana, el pene del Tercer Príncipe era
anormalmente pequeño; incluso erecto, su longitud era lamentablemente corta. En
consecuencia, se concluyó que, por muy profundo que penetrara en la vagina de
la consorte y eyaculara, no podía impulsar su semen lo suficiente hasta la
cavidad uterina.
Frustrado,
Hernst III examinó personalmente el pene de su hijo adulto. De hecho, su tamaño
parecía ser menos de la mitad del suyo. Sus testículos también eran pequeños y
arrugados, lo que ofrecía pocas esperanzas de que pudieran producir suficiente
semen. Así, temiendo la extinción del linaje imperial, el derecho a heredar el
trono se le otorgó al Cuarto Príncipe.
Este,
quien se había negado constantemente tanto al título de Príncipe Heredero como
al matrimonio concertado con una princesa vecina, albergaba un secreto
inconfesable: su inclinación sexual hacia la sodomía.
Al
enterarse de esto, el Emperador, consumido por la ira, intentó decapitar al
Cuarto Príncipe pero incapaz de hacerlo, fue enviado a una isla en el extremo
sur del imperio, desterrándolo. Cuando la noticia llegó a Elena, la quinta
emperatriz y madre biológica del quinto príncipe, esta se llenó de ansiedad.
—Si por
casualidad mi hijo nació con una disfunción sexual como la del Primer o el
Tercer Príncipe, o con un impedimento sexual como la del Cuarto Príncipe que le
impedía eyacular ante la estimulación femenina... entonces el futuro de mi hijo
y el mío se vendría abajo y sería un
caos...
Antes
de que el Emperador anunciara el nombramiento del Quinto Príncipe como heredero
al trono, tenía que confirmar si mi hijo correría la misma suerte que sus
hermanos. Si existía la más mínima posibilidad de que no pudiera lograr una
erección adecuada o eyacular, o si no respondía con naturalidad a la
estimulación femenina, pretendía que cediera la sucesión al Sexto Príncipe
antes de que mi hijo sufriera la humillación de que su condición física fuera
expuesta con todo detalle ante la familia imperial.
El
Emperador hacía tiempo que había dejado de visitar el dormitorio de Elena por
lo tanto, ya no sentía ningún apego por la vida en el palacio. Pero si mi hijo
también carecía de capacidad reproductiva, no podría heredar el trono y tendría
que vivir con el vergonzoso estigma al igual que sus hermanos mayores, quienes
habían sido abandonados por la familia real... No quería soportar semejante
sufrimiento.
Quería
escapar con mi hijo en plena noche, abandonar el imperio y forjar una nueva
vida al otro lado del mar, en otro continente. Mientras pudiera escapar de
forma segura con la riqueza que había acumulado durante estos años, no habría
nada que no pudiera hacer. Por supuesto, si mi hijo no tenía problemas de
erección ni de eyaculación, la historia sería diferente.
Entonces,
por fin, podría caminar erguida y orgullosa. El Emperador era de edad avanzada;
si aguantaba y esperaba solo unos años más, su hijo ascendería al trono como
Emperador del Imperio Lonberg, la nación más poderosa del continente. Podría
vivir el resto de sus años disfrutando del lujo y el poder propio de una
emperatriz viuda.
Incluso
con una riqueza desbordante, lujosos adornos y su estatus en el palacio
imperial. Elena sabía que sin amor, respeto y fidelidad de su esposo, su vida
estaba completamente vacía. Sin embargo, Elena se negaba a renunciar a su
última esperanza.
Así que
decidí rápidamente que, entre las criadas, buscaría a la más inocente y
modesta, la menos propensa a albergar segundas intenciones. Así que busqué
urgentemente a una chica que simplemente evaluara la sexualidad del príncipe, y
esa chica era Gabriela.
Gabriela
no llevaba mucho tiempo en palacio, y aunque su rostro y figura eran bastante
bonitos y sexualmente atractivos, también era reservada y ordenada, y no conocía
a ninguna criada. Así que no difundiría rumores a la ligera. Su aislamiento se
debía a que incluso un puesto como doncella de palacio se conseguía a menudo
mediante contactos y presentaciones.
Las
criadas que ya habían comenzado sus carreras en palacio eran territoriales y
marginaban a Gabriela, quien carecía de una sólida red de apoyo. Pero para la
emperatriz Elena, todos estos rasgos solo reforzaron su convicción de que
Gabriela era la candidata perfecta para esta tarea. Y así, la pobre Gabriela se
encontró esa noche en la posición de ejercer como doncella inspectora del pene
del príncipe.
***
El
quinto príncipe Alexander Christensen de Hernst heredó el físico robusto de
Hernst III y la delicada y cautivadora belleza de su quinta esposa, Elena. La
brillantez, la valentía, el empuje, la destreza en el combate e incluso el
voraz libido y fertilidad de su padre, Hernst III, se transmitieron a Alexander.
El problema era que Alexander se despreciaba a sí mismo por ser la viva imagen
de Hernst III en todos los sentidos.
Su
padre era el gobernante absoluto del Imperio Lonberg, pero su excesiva
autocomplacencia lo volvía cruel y desvergonzado con todas las mujeres que lo
rodeaban, incluida su madre. Fue un monarca elogiado por su destreza política y
por su inquebrantable compromiso con la prosperidad y el poderío militar del
imperio. Sin embargo, nunca mostró la bondad paterna a sus numerosos hijos.
Podía
soportar su indiferencia y descuido hacia mi. Pero cuando mi madre, Elena,
quien una vez fue favorecida y me concibió, se volvió cada vez más sensible
tras sufrir repetidos abortos, el Emperador no le ofreció tierno consuelo.
En
cambio, simplemente dejó de visitar el Palacio de la Quinta Consorte Imperial.
Después de eso, ¡qué amargamente debió vivir mi madre! Cansada de soportar la
soledad y la desolación, ni siquiera podía ejercer el papel de madre amorosa
para su hijo. A él siempre le perturbaba verla pasar días enteros confinada en
su dormitorio.
Así,
desde que alcanzó la mayoría de edad, Alexander juró que nunca viviría como su
padre. Cuando llegara el momento de casarse, decidió tener una sola consorte y
serle fiel solo a ella. Por otro lado, viviendo entre los muros de ese palacio,
se sentía desilusionado por su propia posición y la de su madre, convirtiéndose
involuntariamente en blanco de celos e intrigas.
Si se
le diera la oportunidad, anhelaba escapar del palacio y vivir en libertad.
Claro que sabía que, aunque Alexander soñara y deseara semejante vida, jamás
podría realizarse. En medio de esto, los demás príncipes que nacieron antes que
él lograron perder la confianza de su padre, el Emperador. Contrariamente a sus
temores, ahora se encontraba al borde de la posición de heredero forzoso, un
papel que siempre había evitado.
Hacía
tiempo que percibía la indiferencia del cuarto príncipe hacia su propio sexo.
Por lo tanto, sospechaba que el Emperador, indignado por la dificultad de
engendrar un heredero del primero al tercer príncipe, tal vez podría cederle el
trono.
Si yo
heredara el trono, sin duda sería una gran alegría para mi madre, Elena, y lo
consideraría el mayor honor de su vida. Además, recientemente se había enterado
de la enfermedad terminal del emperador Hernst III, un hecho que había
intentado ocultar a todos, pero que acababa de descubrir por casualidad.
Así, su
sueño de libertad se desvaneció, y desde ese día, una pasión arraigó en él: la
de gobernar él mismo la nación y lograr mucho por el bienestar y la prosperidad
económica de sus súbditos.
Así que
cuando su madre le envió una cena preparada especialmente en el Palacio de la
Emperatriz, pensando en su salud después de tanto tiempo, se sintió
profundamente agradecido, pensando que ella debía haber percibido su estado de
ánimo acongojado últimamente.
Sin
pensarlo dos veces, levantó la cuchara. Sin embargo, detecto un olor extraño en
la bisque de langosta —un plato que solía adorar y comer con gusto—, Alexander
frunció el ceño. Decidió no comerlo y pasó al siguiente plato, pero a pesar de
la rica variedad de ingredientes, cada plato, desde el aperitivo hasta el plato
principal y el postre, desprendía un aroma constantemente desagradable.
Su
sensible olfato e intuición le hicieron rechazar toda la comida, lo que le hizo
desconfiar a pesar de que provenía de su madre. Saltarse una comida no era
suficiente para provocarle un hambre insoportable, así que le avisó a su madre que
la comida había estado deliciosa, pero luego se preguntó por qué demonios le
habían servido comida con ese olor tan extraño.
Justo
antes de recibir la comida que mi madre me había enviado, pensé que alguien
podría haberla envenenado. Si los allegados del Sexto Príncipe y la Sexta
Princesa habían urdido un terrible complot para frustrar su sucesión al
trono... Pensando en ello, se armó de valor y se tumbó en la cama, decidido a
no dormir profundamente esa noche.
A
medida que el silencio se apoderaba del entorno y la oscuridad se intensificaba
afuera, de repente se preguntó si había sido demasiado susceptible. Quizás el
cocinero del palacio de la Emperatriz simplemente había cometido un error,
añadiendo demasiada especia o hierba. Ahora podía dormir profundamente.
Estaría
completamente preparado para la llamada de su padre o para sus deberes como
príncipe. Decidió no dejar que sospechas innecesarias lo mantuvieran despierto
toda la noche. Entre mis hermanos, el Segundo Príncipe, de carácter muy cálido,
sufría de depresión tras el fallecimiento de su madre. Su mayor queja era el
insomnio.
Así
que, como siempre, se acostó sobre una almohada rellena de lavanda seca, con la
esperanza de poder dormir aunque fuera un poco. Pero, para mi asombro, alguien
se coló sigilosamente en mi dormitorio, se subió a mi cama y, sin previo aviso,
me tocó la parte inferior del cuerpo.
En
lugar de sentirme incómodo, le resulto tan desconocido y vergonzoso que casi me
levanté de un salto y grité, buscando la espada colocada entre la cama y la
mesita de noche para sacarla. Pero el tenue aroma que le lleno las fosas
nasales no era más que el aroma a jabón puro. No era el tipo de aroma que uno
esperaría de un asesino... Era el tipo de aroma que uno esperaría de una
doncella bañada con pulcritud y sencillez... Totalmente desprevenido, antes
siquiera de poder abrir los ojos, Alexander sintió unas manos temblorosas y
torpes palpando la parte inferior de su cuerpo. Incluso cuando lo olio de
nuevo, era el delicado y puro aroma que solo había percibido cuando una de las
criadas pasó cerca, dejándolo inseguro de cómo reaccionar.
Vivía
una vida casta, jurando nunca caer en la inmoralidad sexual, no quería causar
dolor ni desesperación a las mujeres con las que se había acostado, al igual
que su padre. Aunque aún no se había concertado un matrimonio formal, ni había
una persona específica para la que preservar su castidad, aun así lo hacía.
Quería entregar su virginidad a su esposa a la que amaría y apreciaría el resto
de su vida.
Sabía
que no tendría problemas por coquetear con ninguna de las numerosas doncellas
del palacio, pero se abstenía rotundamente a tales actos. El problema era que
había heredado el órgano reproductivo excepcionalmente grande y la inagotable
resistencia de Hernst III, por lo que a menudo tenía que masturbarse por la
noche, cuando nadie lo veía, para liberar el semen que se acumulaba en su
interior.
Incluso
eso, al repetirse, solo lo dejaba con un breve placer seguido de una sensación
de vacío, así que últimamente había estado intentando hacerlo menos... Sin
embargo, allí estaba ella, con sus pequeñas y delicadas manos que temblaban al
tocar su hombría. El imponente instinto masculino de Alexander se negaba a
detenerla. Le temblaban las manos y sus movimientos al desvestirlo eran torpes e
inexpertos tardando innecesariamente en quitarle la bata de seda y los
pantalones, y pronto su pene terminó asomando por la tela.
—¡Hmph!
Alexander
estaba avergonzado de que su pene se hubiera abultado contra su voluntad, mientras
Gabriela, temblando como una hoja luchaba por encontrar su pene y quitarle la
ropa, dejo escapar un pequeño e involuntario jadeo de sorpresa. Incluso la voz,
ya fuera un suspiro o un gemido, era inconfundiblemente la de una mujer que
acababa de entrar en la edad adulta.
Al
darse cuenta de esto, el pene de Alexander comenzó a palpitar violentamente,
liberándose del control de la razón que había buscado preservar la castidad y
la pureza. Gabriela se sobresaltó tanto que casi se desmaya, pero de alguna
manera logró liberar el miembro masculino, claramente erecto, de sus
pantalones. Pero ahora tenía que metérselo en la boca, lamerlo con la lengua e
incluso echarle un poco de aceite sin olor.
Sin
embargo, el miembro erecto del Quinto Príncipe era mucho más grande que la rama
que había visto en el dormitorio de la Emperatriz. Le parecía imposible meter
algo tan grueso y largo —como una clavija de madera, o quizás incluso más
grande— en su boca. Parecía completamente imposible que eso entrara en el
agujero de una mujer.
Aunque
intentara chupar solo el glande, enseguida me llenaría la boca, pasaría por mi
lengua y subiría por mi garganta ahogándome, así que me preocupaba vomitar.
Solo podía respirar hondo y lamerlo con la lengua.
—¡Hoooo...
Jaa...!
Gabriela
respiró hondo, intentando calmarse, con ganas de rendirse y huir sin mirar
atrás. Pero para Alexander, ese sonido no era más que el gemido prematuro de
una mujer de cierta edad, excitada sexualmente y llena de anticipación al ver
su polla furiosa. Entonces, como hombre, no pude negarme a la sincera petición
de esa mujer e insultarla empujándola.
En
cuanto ese pensamiento cruzó por su mente, sus testículos se pusieron duros,
amenazando con soltar aún más semen del que se había acumulado en su interior.
Su pene ya estaba tan excitado que se movía solo. Para entonces, la mujer debió
darse cuenta de que estaba despierto.
¿Debería
levantarme rápidamente y preguntarle por qué tenía tantas ganas de explorar mi
pene? ¿O, ya que sentía que estaba a punto de perder el control y volverme
loco, debería meter mi pene dentro de su excitado cuerpo femenino un momento?
En ese
momento, un trozo de carne extremadamente cálido y moderadamente grueso
—presumiblemente la lengua de la mujer— lamió lentamente el tronco de su eje. En
ese instante, Alexander casi eyaculó, como si sufriera de eyaculación precoz
como el Tercer Príncipe. Apenas logró reprimir la imperiosa necesidad de
eyacular, apretando el bajo vientre. La lengua de la mujer llegó a su glande y
lo lamió con avidez. Naturalmente, el líquido pre seminal comenzó a gotear de
la punta de su glande.
Gabriela,
que lo acariciaba con la lengua, no lo notó hasta que sintió un sabor
ligeramente extraño y dejó de lamer. Ahora tenía que rociarlo con un poco de
aceite, sentarse encima y hacer lo que la Emperatriz le había mostrado en ese
momento, se apretó el pecho agitado y se obligó a imitarla, pero... Gabriela
quería romper a llorar. Sinceramente, no tenía confianza en poder montarlo.
Hacía
todo esto a regañadientes, y el tamaño monstruoso, la imponente presencia de
esa polla de aspecto aterrador me provocó escalofríos y el miedo me invadió... Pero
además, sorprendentemente, me picaba la vagina, y ni siquiera me oriné por la
tensión excesiva, pero mi ropa interior, que aún no me había quitado, estaba
ligeramente mojada.
Gabriela,
cuyo ciclo menstrual había sido irregular desde que llegó a la edad adulta y
nunca pudo predecir su ovulación, había entrado sin saberlo en su ventana
fértil. Su cérvix estaba ahora lleno de moco ovulatorio. La sensación de lamer
los genitales de un hombre por primera vez en su vida desencadenó una extraña y
refleja estimulación en lo más profundo de su ser.
Gabriela
se sintió avergonzada de que sus bragas estuvieran mojadas, así que se las
quitó rápidamente para comprobarlo, Alexander, que había estado sintiendo un
deseo aún más intenso de penetrarla después de que la estimulación de su lengua
cesara, se incorporó de repente y miró a la mujer que tenía delante.
—Eh...
Yo... Eh-eh-eh...
Gabriela
sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. No había previsto que Alexander
despertara así en plena noche, pues le habían dicho que la pastilla para dormir
lo mantendría en un sueño profundo toda la noche. Además de eso, me encontraba
en la cama del hombre en una posición muy incómoda, habiéndome quitado las
bragas yo sola.
—No sé
quién demonios eres, pero como claramente pretendes poseerme sin mi
consentimiento, responderé como corresponde a un hombre.
Alexander
declaró esto con urgencia, ajeno al estado de Gabriela, la levantó mientras
yacía allí, con las bragas recién quitadas, y la tumbó.
—¡Eh!
Gabriela
estaba demasiado sorprendida, avergonzada y nerviosa como para decir nada. Le
molestó que su expresión cruda y vulgar insinuara que pretendía poseerla, pero
comprendía su postura. Después de todo, no podía decirle: —No puedo desobedecer
una orden de Su Majestad la Quinta Emperatriz así que debo quitarle brevemente
la ropa interior a Su Alteza para confirmar que no tiene problemas de erección.
Además debo comprobar que puede eyacular semen sin dificultad al ser estimulado
y metiéndolo en mi vagina.
Sin
pensar, lo saqué para lamerlo con la lengua, así que comprendí la postura de
Alexander.
—Eh...
ahí... ahí...
Alexander
la levantó con un rápido movimiento con su brazo, recostándola a su lado. Pero
antes de que se diera cuenta, Gabriela yacía con las piernas abiertas cuando Alexander
hundió la cara entre sus piernas. Como si buscara venganza por el abuso de la
lengua de Gabriela en su pene, Alexander deslizó la lengua por el vello púbico
de Gabriela, buscando con ahínco su clítoris, que ni siquiera sabía que estaba
allí, acariciándolo con fuerza con la punta. Estimuló el clítoris y lo puso
duro, luego lamió los labios menores y saboreo su vagina a fondo, lamiendo
incluso el jugo de amor acumulado en la abertura.
—Haaahhh......
Huhhhhh...... Haaah...... Haaahhh...
Aunque
Gabriela se cubría la boca con la mano, gemidos agudos seguían brotando y sus jugos
manaban a borbotones. Nunca antes le había mostrado sus partes íntimas a nadie,
pero allí estaba, siendo acariciada con tanta insistencia y delicadeza. La
sorpresa y la estimulación por sí solas ya eran vertiginosas, ¿Había una
naturaleza lasciva oculta en su interior? y como esclavizada por el deseo
sexual, grito obscenamente.
Y en
algún momento, Gabriela también comenzó a disfrutar de la misteriosa sensación
y excitación que llenaba su interior. Alexander, incapaz de soportar más sus
gemidos, introdujo su grueso glande en la vagina empapada de Gabriela sin esforzarse
más en el cunnilingus.
—Jaaa...
Ahh... Huhh... ugh...
Las
caricias de Alexander habían suavizado su vagina con sus jugos empapando las
sábanas, el intenso dolor y la inmensa sensación extraña hicieron que Gabriela
sintiera como si su cuerpo se desgarrara por la penetración de su pene que
lleno su vagina. Ese garrote, penetrando profundamente en su útero, claramente
poseía la capacidad para eyacular.
—Jaheup...
Sobheup... Heugh... Huuuuk...
Los intensos
jadeos de la mujer que sollozaba debajo de mí mientras introducía mi miembro
dentro y fuera, como un arma, en su vagina uno tras otro eran, para los oídos
de Alexander meros gemidos de dicha orgásmica.
—Uf...
Siento que me voy a correr dentro de ti en cualquier momento, solo un poco
más...
Abrumado
por la sensación de la inminente explosión, Alexander soltó sus verdaderos
sentimientos, sin saber a quién se dirigía. Cuando estas palabras finalmente
llegaron a Gabriela, quien no había podido decir nada, solo gemía, con la mente
nublada por el dolor punzante entre sus piernas, la esperanza la invadió.
Alexander
estaba a punto de correrse dentro de su vagina. Una vez que expulsara su carga
caliente y abundante, podría escapar de ese lugar, ir al Palacio de la quinta
emperatriz, decirle la verdad, recibir la recompensa prometida e irse. No
tendría que soportar más este tormento. Pero por alguna razón, Alexander siguió
metiendo y sacando su pene, retrasando desesperadamente el momento justo antes
de eyacular, moviéndose sin cesar dentro de ella.
Parecía
disfrutar con cierto ritmo y no daba señales de detenerse. Y Gabriela se
sumergía cada vez más en el acto, hasta el punto de empezar a preguntarse si
realmente estaba soportando la agonía de ser penetrada, apretando los dientes.
A pesar de ser su primera experiencia, Gabriela anhelaba ser llenada de nuevo
en cuanto el glande, que llegaba a su cérvix, se retirara de su vagina.
Al
principio, había llorado porque su enorme pene era abrumador e insoportable. Pero
ahora, lloraba desconsoladamente porque la consumía la agonía cuando llenaba
repetidamente por completo solo para retirarse. Cuando llegaba a su útero,
esperaba que eyaculara una abundante carga de semen llenando su útero con su
semilla.
El
ferviente deseo de que la llenara la estaba volviendo loca. Al mirar a la
mujer, que con todo su cuerpo resistía el implacable y feroz asalto de su pene,
Alexander comprendió que ya no podía retrasar la eyaculación. Su joven rostro
enrojecido por el calor, sus ojos fuertemente cerrados, la baba goteando de las
comisuras de su boca mientras sollozaba, verla así era indescriptiblemente
hermoso.
Aunque
era una pena que aún no le hubiera quitado la blusa, revelando solo un ligero
escote, los pezones visibles bajo la fina muselina, hinchados y prominentes
como garbanzos, lo volvían loco. La falda que cubría la parte inferior de su
cuerpo estaba completamente levantada, dejando al descubierto su vulva
completamente abierta.
El
color de su coño, que recibía continuamente mi gruesa polla que ni siquiera
cabía en el estrecho agujero, era rojo brillante. La mujer también había alcanzado
el clímax, así que estaba empapada por dentro y apretaba con fuerza su pene.
Incluso mientras él se venía abundantemente en lo profundo de su útero, mantuvo
su grueso pene firmemente dentro de ella, llenándola por completo, y acaricié
su clítoris para que lo sintiera aún más. Entonces, la mujer, incapaz de
soportar el intenso éxtasis, perdió el conocimiento y se desmayó.
Él
eyaculó en su vagina, llenando su útero a rebosar de semen: tres o cuatro
veces, quizás incluso diez veces más de lo que había derramado cuando se
masturbaba. Solo entonces saqué mi pene, que finalmente había comenzado a
ablandarse y examiné a la mujer, con las extremidades flácidas, como muerta.
Vi que
incluso con los ojos cerrados, sus rasgos eran delicados y hermosos. Incluso su
cabello, empapado en sudor frío, era tan sedoso que lo acaricié lentamente. Sin
siquiera besarla, simplemente metí mi pene en su lindo coño y lo embestí como
un loco. Ahora, con un arrepentimiento tardío, observé su boca, ligeramente
entreabierta, respirando apenas... Presioné suavemente mis labios contra su
labio inferior y luego chupé suavemente su suave y blanda carne.
Al
hacerlo, me encontré con ganas de besar su barbilla. Siguiendo la curva de su escote,
continué con lo que había sido menos besos y más succión y lamidas,
desabrochando su blusa. Sus pezones, que hacía un momento estaban rígidos y
visibles, ahora estaban suaves y flácidos. Incluso en la oscuridad, su color
parecía pálido, y la zona a su alrededor parecía bastante pequeña.
Quise encender
la luz y examinarla más de cerca, pero pensé que si la dejaba dormir un poco
más, podría volver a alimentarla con mi pene que empezaba a levantarse de
nuevo. Sus pezones parecían tímidos, pero en cuanto los toqué con los dedos, se
pusieron erectos. Incluso tumbada, sus suaves pero voluminosos pechos eran tan
cautivadores que deseaba desesperadamente chuparlos enteros y apretarlos con
las manos.
Pero me
contuve y volví mi atención a su coño, curioso por ver lo sucio que lo había
dejado. Un ligero olor a sangre emanaba de allí, y sentí una punzada de culpa,
preguntándome si la había lastimado. Así que intenté lamerlo suavemente con la
lengua, pero al ver mi semen y sus fluidos mezclados goteando del valle entre
sus labios menores, no pude contenerme más. Quería volver a meter mi pene
completamente erecto en ese agujero, usando esa mezcla como lubricante.
—Hmph...
Hmph...
En ese
momento, la mujer forcejeó por levantar el torso, y pensé que tal vez estaba
recuperando la consciencia. Para pedirle que consintiera en tener relaciones
sexuales una vez más, Alexander le susurró al oído.
—Disculpa
por alargar las intensas embestidas. El semen que eyaculé antes ya está
saliendo de tu vagina, así que, por favor, no te avergüences.
Le
advertí de antemano, temiendo que se avergonzara al verlo salir de su coño,
pero al oír eso, de repente se puso alerta, se sobresaltó y empezó a agitarse
aún más violentamente.
—Eh...
No, no, no... Agua con gas... Date prisa, tengo que lavarme todo ahí abajo...
Tengo que...
Me
rompió el corazón verla esforzarse por levantarse, así que la levanté. Temblaba
en mis brazos, desesperada por un lamentable y endeble intento de
anticonceptivo.
—Si te
incomoda ahí abajo, te lameré para limpiarlo. Es peligroso usar agua con gas en
una zona tan sensible, así que ¿qué tal si te lavo con agua tibia?
—hahaha.
Absolutamente, absolutamente no puedo, no puedo, no puedo embarazarme... E-entonces...
yo, yo... moriré...
—¿De
qué estás hablando? No te preocupes. Mi semilla ya ha sido sembrada en tu
vientre, así que no sería extraño que quedaras embarazada, y entonces te
tomaría como mi esposa y te protegería. ¿Decir que morirías? ¡Qué cosa tan
terrible!
Al ver
a la mujer, que ni siquiera le había dicho su nombre, temblar de miedo tras
recibir con tanto éxtasis sus embestidas y su semen, se sintió herido. Aunque
alguien hubiera intentado difamarme o maquinarme a través de esta mujer, en el
momento en que nuestros genitales se unieron tras el intenso coito, el placer
de alcanzar el orgasmo varias veces, hizo que todo lo demás perdiera sentido.
Quería de alguna manera tranquilizar a la mujer, y si tan solo ella lo aceptaba,
el sexo con ella era tan satisfactorio que quería proponerle matrimonio.
—Hahaha...
La Emperatriz... Yo, yo dijo que no puedo quedarme embarazada... Hahaha...
—Emperatriz,
¿de qué emperatriz hablas? ¿O de mi madre, la Quinta Emperatriz?
—Hahaha...
Sí... Hahaha...
Al
confirmarlo, el Alexander, más inteligente y perspicaz que nadie en el palacio,
suspiró ante la intuición. El extraño aroma que había percibido en la comida
que su madre le había enviado. El apasionado acto sexual fue tan intenso que el
sonido de cada embestida fue ensordecedor, y los gemidos lujuriosos de la mujer
no cesaron; sin embargo, su habitación permanecía en un silencio inquietante.
Sospechaba que lo habían drogado a él y a sus asistentes, con la intención de
enviar a la mujer para probar su función y aptitudes sexuales.
—¿Podría
decirme tu nombre? Soy Alexander Christensen de Hernst. ¿Acaso estas sirviendo
a las órdenes de la Quinta Emperatriz?
Apenas
asintió, conteniendo las lágrimas, y dijo en voz baja: —Me llamo Gabriela—, sin
ninguna seguridad.
«Gabriela,
desde que nací como hombre hasta el día de mi muerte, me dedicare a una sola
mujer... es decir, me refiero a la inserción de esta cosa. He anhelado vivir
únicamente explorando y satisfaciendo solo el interior de la mujer que se
convertiría en mi esposa, y embarazándola solo a ella.
Gabriela
bajó la cabeza, conteniendo las lágrimas, como si su confesión fuera un
reproche a sí misma por inducir la eyaculación sin cuidado en la vagina de una
simple criada como yo.
—Hermosa
y encantadora Gabriela, por favor, mírame. Por lo tanto, debo proponerte
matrimonio y tomarte como mi esposa. Puede que ya tengas mi semilla, y no puedo
simplemente despedirte. No me importa lo que haya dicho mi madre.
Con
cuidado, levantó su barbilla, la miró a los ojos y le habló con solemnidad. Gabriela
sintió una oleada de emoción; el corazón le latía con fuerza ante el fervor de
sus ojos y la seriedad de su voz. Pero que a una simple doncella como yo, ¿el príncipe le propusiera matrimonio solo
porque tuvo sexo conmigo una vez y derramó su semen? Era absurdo.
—Si mi
padre, el Emperador, lo permite, no habrá problema que nos convirtamos en marido
y mujer, aunque seamos de diferente condición social. Te estrecharé en mis
brazos y, en cuanto salga el sol, me presentaré ante el Emperador y recibiré su
aprobación para nuestro matrimonio. Concederé a mi padre lo que tanto desea, y
estoy seguro de que concederá mi primera y última petición.
Gabriela
no podía evitar la sensación de que, cuanto más escuchaba, más absurda le
parecía la historia. Sin embargo, simplemente asintió, aferrándose a la
esperanza de que la solemnidad y la inquebrantable determinación que percibía
en él obraran un milagro.
—Si por
casualidad el Emperador no lo acepta y se niega a acceder a mi petición, te
llevaré y me iré del palacio. No te preocupes. Una parte de mí ya está
completamente contenida dentro de ti. Incluso ahora, fluye así, empapando la
palma de mi mano.
Solo
entonces Gabriela se dio cuenta de que su vagina estaba siendo cubierta por la
palma de su mano. Sin darse cuenta de que Alexander había estado cubriendo su
abertura con la mano porque su pene, incluso en ese momento solemne, ansiaba
penetrarla a la menor oportunidad, simplemente se estremeció de vergüenza.
—Por
favor, déjame entrar dentro de ti una vez más. Es difícil encontrarse con el
Emperador con semejante erección, ¿verdad?
Solo
cuando Alexander le susurró, chupando el lóbulo de la oreja, Gabriela, mirando
el objeto, tuvo que admitir que su pene era más grande que el pene de madera de
la Emperatriz.
—Jajaja…
Reacia
a negarse, pero incapaz de pedirlo, Gabriela simplemente se mordió el labio.
Alexander interpretó el pequeño gemido que escapo de entre sus labios como su
permiso. Introdujo su furioso miembro en su vagina, ahora preparada y suavizada
por el lubricante que ambos habían liberado.
—Haheup.......
Huuung....... Haeuss....... Haeung...
La
segunda vez, desde la primera embestida, oleadas de éxtasis inundaron todo su
ser. Esta vez, Alexander acarició sus dos pechos con las manos mientras la
penetraba con fuerza. La sensación sexual se intensificó aún más cuando mis
pezones se erizaron y sus pechos quedaron en las manos de Alexander.
—Jaahhh...
Huhhh...
Si
continuaba recibiendo el pene así, su útero inevitablemente se llenaría de
semen de nuevo. Eventualmente sucedería, pero Gabriela sabía por experiencia
que tardaría bastante. Gabriela cerró los ojos con fuerza, y el pene entró y
salió repetidamente de su útero, llenándola tentadoramente, no, llenándola por
completo mientras jugueteaba salvajemente con sus pechos, proporcionándole una
estimulación vertiginosa e implacable y una excitación abrumadora que la llevó
más allá del éxtasis.
Completamente
empapada por el placer que Alexander le proporcionaba, oyó débilmente las
palabras —Te amo— más allá de su mente aturdida. Jadeo, como si estuviera a
punto de correrse, él la penetró de nuevo, golpeando su útero con fuerza, y
luego terminó con el asalto final de su polla, un chorro caliente que llenó su
vientre. Con eso, Gabriela perdió el conocimiento una vez más.
***
—Entonces,
¿dices que la mujer que sostienes en tus brazos lleva en su vientre sangre imperial,
por eso debes casarte con ella sin dudarlo?
Gabriela
sentía las suaves caricias de la manta de seda bordada con el escudo imperial
que la envolvía, junto con los firmes músculos de los brazos de Alexander, mientras
la voz del emperador más majestuoso del mundo se escuchaba abruptamente, pero
no podía abrir los ojos.
Apretadamente
envuelta en una manta de seda, abrazada por Alexander, la realidad de atreverse
a presentarse de esta manera ante el emperador de este imperio se sentía
irreal, provocando un sudor frío que le corría por la espalda. No era solo el
sudor frío que fluía de su cuerpo. El semen de Alexander, que había aumentado
en cantidad durante su segundo encuentro junto a su propio jugo seguía manando
sin parar de su interior.
¿Ser abrazada por el príncipe en este
estado lascivo y tener una audiencia con el emperador?
—Si
debes tomar a esa niña por esposa, haz lo que quieras. Es mejor que sodomizar o
traer a una princesa de otro reino para que enviudara y así avergonzarme. Sí,
si esa niña da a luz a mi linaje dentro de nueve meses, al menos la línea
imperial no será cortada.
Gabriela
sintió que su corazón latía con fuerza, y al mismo tiempo, sintió el corazón de
Alexander latir con fuerza contra su oreja y su mejilla, que presionaba contra
su pecho, y sintió que las lágrimas brotaban de sus ojos.
—Sabes
que me queda poco tiempo, y guardaste silencio a pesar de saberlo. Por lo
tanto, sea cual sea la decisión que tomes, confío en ti. Además, como dijiste,
si el Sexto Príncipe heredara el imperio, ni tú ni yo podemos garantizar que la
actual era de paz y prosperidad continúe. Muy bien toma a tu preciosa esposa,
quien ha recibido tu gran favor en numerosas ocasiones y ni siquiera puede
mantener la conciencia en mi presencia, y acuéstala en la cama de inmediato.
Alexander
la abrazó con más fuerza, hizo una reverencia respetuosa al Emperador y luego
regresó directamente a sus aposentos y la acostó como le ordenó. Solo entonces
abrió los ojos y se enfrentó a Alexander, el hombre al que el Emperador acababa
de reconocer como su esposo, el heredero de este reino y el dueño del semen que
fluía de su interior.
—Gabriela,
lo siento, pero no puedo ser uno contigo solo una vez más. Cada vez que nos
unimos, no puedo controlar mi impulso y termino atormentándote hasta que
pierdes el conocimiento. Lo siento así que esta vez, seré suave, no demasiado
violento, simplemente insertaré este miembro hinchado mío.
Aunque
fuera mentira, aunque tuviera que soportar que él la penetrara hasta el útero y
se desmayara de nuevo, Gabriela estaba tan llena de felicidad que abrió su coño
voluntariamente.
—Jaaah...
Huhhh...
Los
testículos de Alexander se volvieron pesados y se tensaron
de nuevo cuando ella dejó escapar un suave gemido, quitando la manta de seda y
revelando su vagina empapada. Mientras él introducía su pene excitado
profundamente en ella —demasiado poderoso para simplemente embestir y
terminar—, le propuso matrimonio una vez más.
—Gabriela,
cásate conmigo. Toma mi polla, mi semen, mi corazón, mi vida entera.
—Jaja...
Jajaja…
Gabriela
solo pudo emitir un gemido sensual, abrumada por el tamaño de su miembro, ahora
aún más grande que antes, era completamente incapaz de articular palabra. Sin
embargo, la expresión de pura felicidad y éxtasis en su rostro, como nunca
antes había conocido, lo decía todo. Fue su silenciosa aceptación de su
propuesta.
Alexander
se sintió completamente satisfecho con la rica y cálida textura de su interior,
que derramaba una cascada de excitación cada vez que él introducía su pene
profundamente en su vientre. No dudó en desahogar su pasión contenida en su
cuerpo. Mientras tanto, no solo tenía presente la promesa de días llenos de
amor con ella.
—Gabriela,
si me abrazas, me haré más grande dentro de ti y me dedicaré a satisfacerte. Si
me aceptas varias veces al día, siempre seré el hombre más feliz del mundo. De
ahora en adelante, debes comer bien y dormir bien sin falta. Solo entonces,
aunque te alimente constantemente con mi pene y te robe tu preciado sueño,
podrás concebir y dar a luz a mi hijo sin peligro... y solo entonces podrás
recibir todo mi amor a mi lado como mi esposa, la madre de mi hijo.
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