La Ley de Castigo Corporal del Duque de Hartman
En la
superficie, su relación parecía ser una de padre e hija en la que se preocupan
terriblemente el uno por el otro, pero en realidad era precaria, como si
estuvieran caminando sobre una cuerda floja.
—Me
gustas.
—… ¿qué?
—Me
gusta, padre. No, Lehart. Me gustas, no como padre, sino como hombre. Te amo.
—... ¿Ja?
Lehart se
mordió el labio, incapaz de evitar que el arsénico se filtrara. Entrecerrando
los ojos, miró fijamente el rostro blanco de Tina mojado por las lágrimas.
Lehart sintió la necesidad de evaluar si la descarada confesión de Tina era
sincera o no.
***
—¿Por qué
me haces esto después de que te dije que te amo, papá?
—Mi gusto
sexual siempre ha sido un poco pervertido. No es que esto vaya a cambiar de la
noche a la mañana, y estoy mucho más excitado y feliz de esta manera... Supongo
que es algo con lo que tendrás que vivir y soportar, Tina, ya que dijiste que
me amas.
… Supongo
que había una percepción de que mi gusto sexual era algo excéntrico. Es
imposible borrar la sensación de que la expresión “algo” parece ser bastante
subestimada desde el punto de vista de la víctima.
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